ORIGEN DE LA ORDEN.
Desde
que dos siglos atrás nueve cruzados se comprometiesen a salvaguardar a los
peregrinos que visitasen Tierra Santa, la orden de los Templarios no había
dejado de crecer en poder e influencia.
Poco
a poco se habían extendido por Europa, y los templarios no combatientes habían
librado una batalla distinta con las monarquías del continente. Sabedores de
que la auténtica fuerza de una espada está en el brazo que la empuña, y la de
este en el estómago que lo alimenta, y la de este en la bolsa que lo llena,
habían decidido servir a Dios y a la Orden amasando oro a manos llenas.
Inspirados por las prácticas ancestrales de judíos y fenicios, los templarios
crearon una forma primigenia de banco, que servía de puente entre los monarcas
siempre ávidos de dinero para sus guerras y francachelas de caza. Ello aumentó
aún más el poder de la Orden, que además era completamente independiente del
papado.
Y
cuando alguien crece demasiado a su aire, se crea enemigos. Y si además sus
deudores tienen el poder para aniquilarlos, pueden caer en la tentación de
hacerlo. Y así fue como los monjes guerreros se labraron la inquina del rey
Felipe el Hermoso, cuyas deudas eran cada vez mayores y sus posibilidades de
saldarlas, más pequeñas.
Y
del Papa Clemente, que envidiaba la libertad de los templarios y rabiaba porque
estos no le apoyasen en las escaramuzas que deseaba librar.
Ambos
se reunieron y confabularon. Pensaron en una excusa, desde los secretos
rituales de iniciación dentro de la Orden, que dicen que incluían escupir sobre
la Cruz, hasta los pecados de usura y simonía.
Cualquier
cosa que pudiese invertir las simpatías del pueblo por los poderosos y
misteriosos templarios, cuyas virginales túnicas blancas y fiereza en el combate
despertaban la admiración de los comunes.
Les
persiguieron, les arrestaron, les torturaron, les hallaron culpables y les
encerraron. Uno a uno, eran vulnerables. Uno a uno, fueron cayendo los
guerreros mejor entrenados de la Cristiandad, bajo los perros del rey,
campesinos con espada que sólo tenían a su favor el número; pero no la razón,
ni la justicia ni el honor.
ORGANIZACIÓN MILITAR.
ORGANIZACIÓN MILITAR.
Por
su reglamentación militar, los templarios proporcionaron una disciplina
colectiva, de corporación, a un mundo caballeresco hechizado por las proezas
individuales. La organización templaria de la carga de caballería es el triunfo
de un planteamiento en el que la actuación individual quedaba completamente
subordinada a lo colectivo.
La
organización en escuadrones, el uso de uniformes distintivos, como el manto
blanco con una cruz roja en el pecho, o el empleo de banderas para dirigir las
operaciones anticipan métodos asumidos por los ejércitos modernos.
Los
templarios no marchaban nunca como una banda desorganizada, en tropel o
impetuosamente, ni se precipitaban de forma impulsiva contra el enemigo, sino
que «guardan siempre su puesto con toda precaución y prudencia imaginables».
Pero
esa prudencia no es incompatible con un coraje destacable, pues «se lanzan
sobre sus contrarios como si las tropas enemigas fueran rebaños de ovejas, y,
aunque son muy pocos, no temen, de ninguna manera, a la multitud de sus
adversarios ni su bárbara crueldad».
UN PERFECTO ORDEN DE BATALLA.
UN PERFECTO ORDEN DE BATALLA.
La
Regla ordenaba con precisión el orden de combate a la hora de lanzar una carga
de caballería, la más potente y devastadora arma empleada por las huestes
cristianas contra los ejércitos musulmanes en los siglos XII y XIII.
Según
los preceptos de la Regla, la hueste templaria se dividía en escuadrones, al
frente de cada uno de los cuales se situaba un mando señalado, maestre o
mariscal. Estos escuadrones se situaban en primera línea, y detrás los
secundaban escuderos que portaban las armas y cuidaban de los caballos de
refresco.
Cuando
se lanzaba la carga, los escuderos debían seguir de cerca a su escuadrón,
preparados para socorrer a los caballeros heridos así como para reemplazar las
monturas caídas en el primer choque, pero sin participar en la carga,
protagonizada por los caballeros.
Si
su ejecución era buena, una carga de caballería pesada era un arma demoledora.
Y un espectáculo imponente. Durante la primera cruzada, la princesa bizantina
Anna Comnena afirmó en su Alexiada, una crónica de la época, que un caballero
franco pesadamente armado podía traspasar las murallas de Babilonia.
En
tal sentido, los templarios eran deudores del armamento popularizado en Europa
occidental desde finales del siglo XI, consistente en una cota de malla que
cubría cabeza, torso, brazos y piernas hasta la rodilla, un casco cónico, un
caballo fuerte de combate, un escudo, una lanza larga y una espada de doble
filo. Pero para que la carga fuese efectiva resultaba imprescindible que los
caballeros actuasen con total cohesión.
HÉROES DE LAS CRUZADAS.
No sorprende que los ejércitos cruzados acostumbraran a situar a los templarios en las vanguardias y retaguardias de las columnas en marcha. Así lo hizo Luis VII de Francia tras el desastre de Cadmos. Y en 1192, Ricardo Corazón de León lideró una épica marcha de Acre a Jaffa, en la que los templarios desempeñaron un papel de primer orden en la conducción de la columna cristiana, acribillada por las saetas del enemigo.
HÉROES DE LAS CRUZADAS.
No sorprende que los ejércitos cruzados acostumbraran a situar a los templarios en las vanguardias y retaguardias de las columnas en marcha. Así lo hizo Luis VII de Francia tras el desastre de Cadmos. Y en 1192, Ricardo Corazón de León lideró una épica marcha de Acre a Jaffa, en la que los templarios desempeñaron un papel de primer orden en la conducción de la columna cristiana, acribillada por las saetas del enemigo.
Pero
los templarios también cometieron graves errores. En 1187, Guy de Lusignan, rey
de Jerusalén, decidió mover su ejército de un lugar seguro, asesorado por
Gérard de Ridefort, un nefasto maestre del Temple; el resultado fue la tremenda
derrota cristiana de Hattin a manos de las tropas de Saladino, sultán de
Egipto.
Es
cierto que las huestes templarias sufrieron serios reveses, como el de Hattin,
o el de La Forbie en 1244, frente al sultán Baybars. Hubo otras ocasiones en
las que los caballeros del Temple destacaron por su abnegación heroica ante un
futuro más que sombrío.
Así
sucedió en 1291, cuando hicieron todo lo que estaba en sus manos para defender
la plaza de Acre, el último reducto cristiano en Oriente. En aquella ocasión,
los templarios, sacrificándose como habían hecho muchos de sus antecesores,
resistieron el ataque de los musulmanes que intentaban introducirse por las
brechas de las murallas, que se desmoronaban por el bombardeo enemigo.
Guillermo de Beaujeu, el último maestre templario en Tierra Santa, murió
peleando durante el asalto definitivo de los mamelucos, cuando todo estaba perdido.
Es
posible que la mitificación posterior de los templarios hundiera en parte sus
raíces en un modo de combatir que, durante los siglos XII y XIII, influyó en el
arte de la guerra en Europa occidental. Es factible imaginar que los templarios
pudieron sentar ciertas bases de lo que sería la disciplina y la cohesión de
los ejércitos modernos, donde uniformes y banderas serían ya elementos
corporativos imprescindibles.
CREENCIAS HERÉTICAS ATRIBUÍDAS A LOS TEMPLARIOS.
CREENCIAS HERÉTICAS ATRIBUÍDAS A LOS TEMPLARIOS.
Durante el proceso
contra la Orden, se realizaron numerosas acusaciones, de las cuales la que
incluye el culto a Baphomet es una de las que más popularidad ha adquirido,
habiendo sido recuperada por el ocultismo a partir del siglo XIX. También se
incluían rituales de renegación de la Cruz o de Cristo.
Dentro de la lista de
cargos reunidos contra los templarios aparecen más de cien acusaciones. Las
referentes a la idolatría son: adoración de un gato que se les aparecía en las
asambleas, que en cada provincia había ídolos, a saber, cabezas, alguna con
tres caras, otras con una, y otras era una calavera humana, que adoraban a esos
ídolos, y especialmente durante los grandes capítulos y asambleas, que las
veneraban como a Dios o como al Salvador.
Que decían que esa
cabeza podía salvarlos o hacerlos ricos, que les dio la riqueza de la Orden,
que hizo que los árboles florecieran o que la tierra germinase, que tocaban o
rodeaban cada cabeza de los citados ídolos con pequeños cordones que luego se
ceñían alrededor del cuerpo y que actuaban así como veneración a un ídolo.
COMISIÓN PAPAL.
COMISIÓN PAPAL.
La comisión papal
asignada al examen de la causa de la Orden había asumido sus deberes y reunió
la documentación que habría de ser sometida al Papa y al Concilio convocado
para decidir sobre el destino final.
La culpabilidad de
las personas, que se evaluaba según lo establecido, no entrañaba la
culpabilidad de la Orden. Aunque su defensa fue efectuada deficientemente, no
se pudo probar que ésta, como cuerpo, profesara doctrina herética alguna o que
una regla secreta, distinta de la regla oficial, fuese practicada.
En consecuencia, en
el Concilio General de Vienne, celebrado el 16 de octubre de 1311, la mayoría
fue favorable al mantenimiento de la Orden, pero el Papa, hostigado por la
corona de Francia, adoptó una solución salomónica: decretó la disolución, no la
condenación, y no por sentencia penal, sino por un decreto apostólico.
En los otros países
europeos, las acusaciones no fueron tan severas, y sus miembros fueron
absueltos, pero, a raíz de la disolución de la Orden, los templarios fueron
dispersados y sus bienes repartidos entre los diversos estados y la Orden de
los Hospitalarios.
En la Península
Ibérica pasaron a la corona de Aragón en el este peninsular, a Castilla en el
centro y norte, a Portugal en el oeste y a los Hospitalarios. Tanto en Aragón
como en Castilla surgieron varias órdenes militares que tomaron el relevo a la
disuelta, como la orden de los Frates de Cáceres, Santiago, Montesa, Calatrava
o Alcántara, a las que se concedió la custodia de los bienes requisados.
En Portugal, el rey
Dionisio les restituye en 1317 como Caballeros de Cristo, asegurando así las
pertenencias de la Orden en este país.
En Polonia, los
Hospitalarios recibieron la totalidad de las posesiones de los Templarios.
PROCESO CONTRA LOS TEMPLARIOS.
PROCESO CONTRA LOS TEMPLARIOS.
Repasar
la historia y repasar nuestros titulares del siglo XXI no es un ejercicio
demasiado distinto. Entonces y ahora la corrupción en lo alto era y es el pan
nuestro de cada día. Entonces y ahora los poderes públicos se doblaban al
servicio de quienes carecen de escrúpulos.
Los documentos que
sirvieron al Tribunal papal para decidir la suerte de los templarios se
encuentran en el Archivo Secreto del Vaticano, y se habían extraviado desde el
siglo XVI, después de que un archivero los guardase en un lugar erróneo.
En 2001, la
investigadora italiana Bárbara Frale los encontró y su estudio mostró que el
Papa Clemente V no quiso en principio condenar a los templarios, aunque
finalmente, cediendo a las presiones del rey de Francia, Felipe IV, terminaría
haciéndolo.
El jueves 25 de
octubre de 2007, los responsables del Archivo Vaticano publicaron el documento Processus
contra Templarios, que recopila el Pergamino de Chinon, o las actas de
exculpación del Vaticano a la Orden del Temple, precisamente el año en que se
conmemoraba el 700º aniversario del inicio de la persecución contra la Orden.
El acto tuvo lugar en
la Sala Vecchia del Sínodo, en el Vaticano, con la asistencia de
Raffaele Farina, archivista bibliotecario de la Santa Romana Chiesa; Sergio
Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano; Bárbara Frale, descubridora del
pergamino y oficial del archivo; Marco Maiorino, oficial del archivo; Franco
Cardini, medievalista, y Valerio Massimo Manfredi, arqueólogo y escritor.
El Pergamino de
Chinon, uno de los documentos del volumen Processus contra Templarios
presentado por el Vaticano, corrige la leyenda negra sobre la Orden y muestra
que todas las acusaciones fueron injurias que hizo Felipe IV para beneficio
propio.
Dicho pergamino
contiene la absolución del papa Clemente V a los Templarios. Aun cuando este
documento tiene una gran importancia histórica nunca fue oficial y aparece
fechado con anterioridad a las Bulas Vox in excelso, Ad providam
y Considerantes, donde se procedió a la disolución de la Orden y la
distribución de sus bienes, quedando como una expresión de la conciencia
personal del Papa.
Está fechado en
agosto de 1308. En esas mismas fechas, el Papa emite la bula Facians
Misericordiam, donde confirma la devolución de la jurisdicción a los
inquisidores y emite el documento de acusación a los templarios, con ochenta y
siete artículos de acusación. Asimismo, emite la bula Regnans in coelis,
por la que convoca el Concilio de Vienne.
Por tanto, estas dos
bulas, que sí fueron promulgadas oficialmente, tienen validez desde el punto de
vista canónico, mientras que el documento de Chinon es un mero
"borrador" de gran importancia histórica, pero escasa importancia
jurídica.
En la segunda sesión
del Concilio de Vienne, el 3 de abril de 1312, se aprueba la Bula Vox in
Excelso, emitida por el propio Papa Clemente V el 22 de marzo de 1312,
confirmada por la Bula Ad Providam de 2 de mayo de 1312. En ambas se
declara la disolución definitiva de la Orden.
Según el texto de Vox
in excelso: "Nos suprimimos (...) la Orden de los Templarios, y su
Regla, hábito y nombre, mediante un decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos
enteramente Nos que nadie, en lo sucesivo, entre en la Orden o reciba o use su
hábito o presuma de comportarse como un templario. Si alguien actuare en este
sentido, incurre automáticamente en excomunión".
PROCESSUS CONTRA TEMPLARIOS.
PROCESSUS CONTRA TEMPLARIOS.
Processus contra
Templarios
establece que:
-El
Papa Clemente V no estuvo convencido de la culpabilidad de la Orden del Temple.
-La
Orden del Temple, su Gran Maestre Jacques de Molay y el resto de los templarios
arrestados, muchos de ellos ajusticiados posteriormente, fueron absueltos por
el Santo Padre luego de ser ajusticiados o quemados vivos.
-La
Orden nunca fue condenada, sino disuelta, fijando la pena de excomunión a quien
quisiera reeditarla.
-El
Papa Clemente V no creyó en las acusaciones de herejía y por ello permitió a
los Templarios ajusticiados recibir los Sacramentos, a pesar de lo cual, fueron
ajusticiados en la forma en que la jurisdicción canónica establecía para los
herejes relapsos, aquellos que después de confesar, se echan atrás en sus
confesiones.
-Clemente
V negó las acusaciones de traición, herejía y sodomía con las que el Rey de
Francia acusó a los Templarios, no obstante lo cual, convocó el Concilio de
Vienne para confirmar dichas acusaciones.
-El
proceso y martirio de templarios fue un “sacrificio” para evitar un cisma en la
Iglesia católica, que no compartía en su gran parte las acusaciones del Rey de
Francia, y muy especialmente de la Iglesia francesa.
-Las
acusaciones fueron falsas y las confesiones conseguidas bajo torturas.
A la vista de los
documentos históricos cabe resumir que, aunque el Papa Clemente V intentara en
su fuero interno evitar la condena a los templarios, su debilidad frente a
Felipe IV de Francia hizo que continuara con el proceso de disolución de la
Orden. Este proceso de disolución acaba en 1312.
BULA AD PROVIDAM.
La bula Ad
Providam, que no ha sido al día de hoy derogada, dice al respecto:
"... Hace
poco, Nos, hemos suprimido definitivamente y perpetuamente la Orden de la
Caballería del Templo de Jerusalén a causa de los abominables, incluso
impronunciables, hechos de su Maestre, hermanos y otras personas de la Orden en
todas partes del mundo... Con la aprobación del Sacro Concilio, Nos, abolimos
la constitución de la Orden, su hábito y nombre, no sin amargura en el corazón.
Nos, hicimos esto no mediante sentencia definitiva, pues esto sería ilegal en
conformidad con las inquisiciones y procesos seguidos, sino mediante orden o
provisión apostólica".
EL FINAL DE LA ORDEN.
Un viernes, el 13 de octubre de 1307, la Orden de los Caballeros Templarios fue perseguida por la Santa Inquisición, arrestándoles simultáneamente esa misma noche en toda Europa. La causa de esto fue la suposición de que los caballeros se reunían a hacer celebraciones paganas y practicar la herejía. Por ello fueron asesinados o condenados a la hoguera, en una matanza colectiva.
EL FINAL DE LA ORDEN.
Un viernes, el 13 de octubre de 1307, la Orden de los Caballeros Templarios fue perseguida por la Santa Inquisición, arrestándoles simultáneamente esa misma noche en toda Europa. La causa de esto fue la suposición de que los caballeros se reunían a hacer celebraciones paganas y practicar la herejía. Por ello fueron asesinados o condenados a la hoguera, en una matanza colectiva.
La Torre del
Homenaje en el castillo de Chinon, desde donde se otea el río Vienne, fue la
cárcel de Jacques de Molay, último gran maestro de la orden del templo. En
Chinon, sometido en la actualidad a una completa reconstrucción, los templarios
aguardaron inútilmente a que el Papa de Aviñón les salvara de las falsas
acusaciones formuladas por el rey de Francia.
Ritos
obscenos de iniciación, sodomía, adoración a un gato, escupir a la imagen de
Cristo… fueron los cargos presentados contra los templarios y que muchos de
ellos reconocieron tras ser torturados. La Iglesia, que no veía con buenos ojos
la persecución desatada por el rey francés y conocía los “recursos” utilizados para
que los reos se auto inculparan, exigió que a los templarios se les permitiera
defenderse.
Pero los
sucesivos procesos judiciales canónicos y civiles, como el llevado a cabo en
Chinon por una comisión papal de tres cardenales, no sirvieron para exonerar a
los caballeros.
Éstos,
dejaron en las paredes de su mazmorra unas inquietantes inscripciones,
conocidas como los “grafiti de Chinon”, donde aparece buena parte de la
simbología templaria.
A pesar de
que los interrogatorios instados por el papa Clemente dieron como resultado la
absolución por parte de la curia eclesiástica, el rey Felipe IV hizo caso omiso
del documento, el cual estuvo oculto en los archivos vaticanos hasta el año
2002.
La orden de
los templarios se disolvió en 1312 según decreto del Concilio de Vienne. Entre
1307 y 1312 los templarios fueron sometidos a todo tipo de interrogatorios y
confesiones bajo tortura, entre retractaciones, concilios y bulas papales,
hasta que finalmente Molay y los suyos terminaron encerrados en la Casa
del Temple, en París, dejados a la suerte de Felipe IV y de su valido Guillermo
de Nogaret.
Tras ser
enjuiciados en Notre Dame por una nueva comisión papal y condenados a cadena
perpetua, Molay y Godofredo de Charnay, comendador de Normandía, se retractaron
de sus confesiones de culpabilidad y, por ello, fueron conducidos a la hoguera,
el 18 de marzo de 1314.
En la pira
instalada en la isla de los judíos, en el Sena, mientras las llamas abrasaban su
piel, Molay lanzó su maldición a quienes les habían conducido al cadalso: no
tardarían más de un año en someterse al Juicio Final.
Y así fue:
el Papa de Aviñón murió un mes y dos días después de las ejecuciones, Nogaret
en mayo y Felipe IV cayó desplomado el 29 de noviembre cuando cazaba por los
bosques de Fontainebleau, a sólo ocho meses de la muerte de Molay. Su dinastía,
la de los Capeto, desaparecería catorce años después.
TEMPLARIOS EN LA ACTUALIDAD.
Lo cierto es que los templarios desaparecieron de la
Historia, pero muchos no lo aceptaron. Cuando a principios del siglo XVIII
surgió la masonería, algunos masones pretendían descender de los templarios,
que siglos atrás habrían creado las primeras logias en Escocia.
Al inicio del XIX, en 1808, se celebró en París una
gran conmemoración del “mártir templario”, Jacques de Molay, con el respaldo de
Napoleón, a quien interesaba desprestigiar a la monarquía tradicional. Y
conforme avanzaba ese siglo, el movimiento romántico puso a los templarios
entre sus héroes favoritos.
Luego serían los adeptos al ocultismo quienes
pretenderían recuperar la tradición templaria, mientras que otros buscaban sus
tesoros siguiendo mapas astrales y topografías esotéricas.
Ya en el siglo XX han surgido una treintena de
organizaciones que se llaman y pretenden templarias. Algunas como la Orden de
Molay, aparecida en Kansas City en 1919, tuvieron entre sus miembros a
celebridades como Walt Disney. ¿Puede alguien creerse al padre del Pato Donald
como templario?
Otras son menos jocosas por el atractivo que han
tenido para neonazis, extremistas de derecha o fundamentalistas enloquecidos.
Pero no hay que ser raro ni marginal para sentir la fascinación de los
templarios, como demuestra la gran cantidad de libros de todo tipo que se
venden sobre el tema.
Entre ellos, el mayor fenómeno mediático de la
industria literaria, El Código da Vinci. Algunos pueden pensar que la
famosísima novela ha contribuido a resucitar la afición a los templarios. En realidad
es al revés, El Código da Vinci no ha hecho más que incorporar astutamente un
sujeto fascinante para las masas.
Pero debido al
misterio con que se ha adornado siempre la historia de la Orden del Temple,
después de su disolución han ido apareciendo autoproclamados sucesores de la
misma.
A principios de 1981,
la Santa Sede se tomó el trabajo de confeccionar una lista de organizaciones
que se declaraban sucesoras de los templarios y encontró más de cuatrocientas.
Cierto que la inmensa
mayoría de ellas no son sino grupos de pantalla para cubrir otros fines, con
prácticas que bordean el límite de lo lícito, y, algunas otras, con un claro
comportamiento sectario, como la famosa secta Orden del Templo Solar.
Incluso existen organizaciones delictivas.
Algunas asociaciones
de esta lista, sin embargo, dedican su trabajo a fines altruistas, a fines
menos prácticos pero inocuos o algunas "Hermandades o Maestrazgos",
que en definitiva no son de linaje templario, sino más bien proyectos
personales.
Algunas corrientes
masónicas también dicen descender de los templarios, como el Rito Masónico
Templario y la Estricta Observancia Templaria del Barón d'Hund, y
algunos ritos masónicos tienen grados relacionados con los templarios.
De hecho, Andrew
Mitchell Ramsay, considerado el padre de la masonería escocesa como la
conocemos hoy en día, en su "Discurso" afirmaría sin ambages que los
cruzados habían fundado la masonería en Tierra Santa, y que dicha masonería no
era sino la Orden del Temple.
La famosa Capilla
Rosslyn sería atribuida sin fundamento a los templarios, dando inicio a
leyendas en las que se dice que escondieron en su ornamentación las claves de
su supuesto saber hermético y del lugar de su tesoro.
Pero ninguna de las
organizaciones existentes hoy en día puede probar, en manera alguna, su
efectiva y legal descendencia de la Orden fundada por Hugo de Payens y sus
Pobres Caballeros de Cristo.
EL CURIOSO ORIGEN DE VIERNES 13 COMO FECHA FATÍDICA.
En
España y otros países de la cuenca mediterránea de históricas convicciones
católicas, tenemos como día de mala suerte para los supersticiosos, el martes
13, se unen en esta fecha dos motivos, el 13, como el numero de los asistentes
a la ultima cena 12 apóstoles y Cristo con el resultado de todos conocido y el
martes por que fue el día de la caída de Constantinopla en el siglo XV poniendo
el punto final al poder político absoluto del Papado.
Viernes 13,
día de mala suerte en las culturas anglosajonas. Para aquellos supersticiosos
que teman este día su fobia tiene un nombre: Collafobia. ¿Pero a qué se debe
que el Viernes 13 sea considerado un día maldito?
Los
estudiosos de las supersticiones indican que este temor nace en un hecho
histórico en concreto, un hecho que durante setecientos años se ha visto
envuelto en todo tipo de polémicas por las circunstancias que lo envolvieron.
Procede
de la fecha del viernes 13 de octubre de 1307, fatídico día que los caballeros
templarios fueron detenidos al unísono y en toda Europa por orden de la Santa
Inquisición instigados por Felipe IV de Francia y ampara, en esta fecha se
produjo la detención, asesinato o condena en la hoguera, de la mayoría de los
miembros de la orden del temple, perdiéndose en consecuencia los secretos de la
Sangre Real, del baphomet, de su excepcional modo de batalla, de la
organización interna, etc.
Fue
otro viernes 13 cuando el ultimo Gran Maestre templario grito en la hoguera su
conocida maldición a sus asesinos:
“Ya
se acerca el verdugo a Jacques de Molay, con la antorcha encendida en la mano.
En el amanecer grisáceo, la bola de fuego anaranjado arranca ocasionales
tonalidades azuladas del cielo encapotado. El viejo templario, que tiembla de
frío y de miedo, casi agradece el calor de la antorcha cuando prende la base de
la pira, mandando una engañosa y agradable sensación a sus pies helados.
«Dieu
vengera notre mort!», musita el anciano varias veces, como ensayando para sí
mismo, antes de tomar aire y repetirlo a gritos. Y su garganta reseca encuentra
fuerzas para proclamar su inocencia. La voz cascada se aclara por última vez, y
el viejo semidesnudo vuelve a ser un príncipe de la cristiandad.
Un
gigante poderoso cuya maldición vuela por encima de las cabezas de la gente,
espanta a las palomas que anidan entre las gárgolas de Notre Dame, y se alza
hacia el cielo para convertir el epitafio en presagio.
«¡Pagarás
por la sangre de los inocentes, Felipe, rey blasfemo! ¡Y tú, Clemente, traidor
a tu Iglesia! ¡Dios vengará nuestra muerte, y ambos estaréis muertos antes de
un año!».
Las
llamas muerden los pies del anciano, convirtiendo el final de su proclama en un
alarido de dolor, que sella su destino y firma con sangre la maldición.”
Una
maldición que se cumplirá al pie de la letra, pues tanto el Papa como el rey de
Francia mueren a los pocos meses.
Castigo divino o no vivirá para siempre en la
imaginación de todos nosotros la leyenda de los valientes y abnegados
defensores del Santo Sepulcro, de los monjes que partían a mandoblazos cráneos
de sus semejantes sin sentir ni por asomo la ironía: La leyenda de los Caballeros
Templarios.
Por cierto, no seáis supersticiosos... da mala suerte.
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