Transcripción literal del libro RUTAS IGNACIANAS, escrito por JUAN PLAZAOLA, con el cual me guié, en parte del Capítulo 4, para recorrer la segunda parte del Camino Ignaciano desde Javier, en Navarra, a Loyola, en Gipuzkoa.
En portada: Restos de la calzada medieval que da acceso a San Andrés de Astgarribia.
JUAN PLAZAOLA
RUTAS IGNACIANAS
1
“EL POBRE PEREGRINO
IÑIGO”
Perfil de Ignacio de Loyola, según la mascarilla de yeso que se le hizo inmediatamente después de morir.
Así firmó alguna de sus cartas. “El
peregrino” es el nombre que se da a sí mismo en su Autobiografía. Le gustaba
llamarse así.
Y peregrino fue toda la vida. Hasta los 47
años de edad, en que se le impuso la vida sedentaria en Roma, fue un gran
andarín pese a la leve cojera que llevó consigo desde la herida de Pamplona.
Hubo día en que anduvo hasta 14 leguas.
Casa natal del
abuelo materno de San Ignacio: Martín García de Licona, llamado el “Doctor
Ondarroa”.
Viajó a caballo o a lomo de mula, pero más
frecuentemente a pie. Fueron distancias enormes, que tuvo que cubrir durante
semanas y meses, como cuando fue desde Roma a Venecia (600 km.) para embarcarse
para Tierra Santa en 1523; desde Venecia a Génova, a su regreso de los Santos
Lugares, atravesando Italia de Este a Oeste; desde Barcelona a Alcalá (500 km)
cuando decidió ir a estudiar en esta Universidad en 1526; y al año siguiente,
desde Alcalá a Salamanca, pasando por Valladolid; desde Salamanca a París, a
finales de 1527 y principios de 1528, “llevando
algunos libros en un asnillo”.
AZCOITIA: CASA
BALDA.
Aquí residía la
futura madre de San Ignacio, Marina Sáenz de Licona, cuando se casó con Don
Beltrán, heredero de la casa de Loyola el 13 de Julio de 1467.
Seis años después regresaría de París a
Azpeitia en un caballejo que le habían comprado sus compañeros. En 1535 recorre
tierras hispánicas, visitando Pamplona, Almazán, Sigüenza, Toledo y Valencia.
Embarcado para Génova, vuelve a recorrer Italia, caminando con gran debilidad y
grandes sufrimientos desde Génova a Bolonia; de allí a Venecia, y finalmente a
Roma.
Esta capacidad y afición al peregrinaje a
pie y en soledad contemplativa entraba frecuentemente en conflicto con sus
enfermedades crónicas y la gran debilidad que le causaron sus penitencias
físicas; una debilidad que él sabía vencer con una tremenda fuerza de voluntad
que en él nacía a impulsos de la caridad. En París un estudiante español con el
que había trabado amistad, le engañó gastándose el dinero que él le había
dejado en depósito. Supo Iñigo que ese estudiante, resuelto a regresar a
España, se hallaba gravemente enfermo en Ruán. Entonces –cuenta en su
Autobiografía-:
“viniéronle
deseos de irle a visitar y ayudar; pensando también que en aquella conjunción
lo podía ganar para que dejando el mundo, se entregase de todo al servicio de
Dios. Y para poder conseguirlo, le venía deseo de andar aquellas 28 leguas que
hay de París a Ruán, a pie descalzo, sin comer ni beber, y haciendo oración
sobre esto, se sentía muy temeroso. Al fin fue a Santo Domingo, y allí se resolvió a
andar al modo dicho habiendo ya pasado aquel grande temor que sentía de tentar
a Dios.
Al día siguiente por la mañana, en que debía
partir, se levantó de madrugada, y al comenzar a vestirse le vino un temor tan
grande que casi le parecía que no podía vestirse. A pesar de aquella
repugnancia salió de casa, y aun de la ciudad antes que entrase el día. Con
todo, el temor le duraba siempre y le siguió hasta Argenteuil, que es un pueblo
distante tres leguas de París en dirección de Ruán donde se dice que se
conserva la vestidura de Nuestro Señor. Pasado aquel pueblo con este apuro
espiritual, subiendo a un altozano, le comenzó a dejar aquella cosa y le vino
una gran consolación y esfuerzo espiritual, con tanta alegría, que empezó a
gritar por aquellos campos y hablar con Dios etc. Y se albergó aquella noche
con un pobre mendigo en un hospital habiendo caminado aquel día 14 leguas. Al
día siguiente fue a recogerse en un pajar y al tercer día llegó a Ruán. En todo
este tiempo permaneció sin comer ni beber y descalzo como había determinado. En
Ruán consoló al enfermo y ayudó a ponerlo en una nave para España”.
En otra ocasión, estando enfermo en
Vicenza, le llega la noticia de que su compañero Simón Rodríguez se hallaba
también gravemente enfermo en Bassano, a 30 km de distancia. Inmediatamente,
despreciando la fiebre que le consume, se pone en camino acompañado por Pedro
Fabro:
“y andaba tan fuerte, que
Fabro, su compañero, no le podía seguir. Y en este viaje tuvo certidumbre de
Dios, y lo dijo a Fabro, que el compañero no moriría de aquella enfermedad. Y
llegando a Bassano, el enfermo se consoló mucho y sanó pronto”.
Jean Seguy ha
llamado a Ignacio de Loyola un “hippie
avant la lettre”, y alguna razón lleva si nos fijamos en la apariencia de
su vida. Una vez convertido, Iñigo evita pasar por su tierra; y si va a su
tierra, evita la casa familiar. Está abierto a los caminos del mundo, como su
espíritu se irá abriendo a dimensiones universales. (I. Tellechea).
En sus largas
caminatas, este “peregrino de Dios”
fue regalado con visiones y grandes iluminaciones espirituales. Por otra parte,
la peregrinación a pie la veía él válida en sí misma, como función purificadora
y penitencial. Ya maestro excepcional del espíritu y General de la Compañía de
Jesús, para aclarar la vocación de algunos novicios, los enviaba de
peregrinación. Con razón algún biógrafo de Loyola ha hablado de su “mística viajera”.
Él
fue también, toda su vida, un “peregrino
del espíritu”. Si algo caracteriza su espiritualidad es esa perenne actitud
de búsqueda de la voluntad de Dios sobre su destino personal. Dios le fue
llevando por caminos que nunca había previsto. Contemplada así la figura de
Ignacio, puede decirse que sus largas y solitarias peregrinaciones por los
caminos de Europa fueron un símbolo de su tenaz búsqueda espiritual.
Aventuras y penalidades de Iñigo peregrino.
Grabado antiguo.
2
EN EL SOLAR DE LOYOLA
(1.491 – 1.506)
Entrada a la Casa-Torre. Sobre la puerta, el escudo de los Loyola.
En las primeras páginas de su biografía
ignaciana, el historiador Tellechea nos ha deleitado imaginando lo que sentiría
Ignacio de Loyola si hoy regresara a los lugares de su infancia y adolescencia.
Difícilmente –dice- reconocería su villa natal. Y sin embargo, aunque
revestidas o enmascaradas con los mil aditamentos que ha inspirado la piedad de
cinco siglos, ¡cuántas cosas hoy todavía conservan su autenticidad histórica!.
Comenzando por la misma Casa-Torre de los Loyola, engastada hoy entre las
paredes del gran Santuario de la Compañía de Jesús: Allí están los sólidos
muros con sus colosales sillares de metro y medio de espesor, que resistieron
el embate de los gamboínos del siglo XV (“no la pudieron tomar, porque era
recia pared”), con sus estrechas saeteras, con su escudo labrado sobre el
portón gótico, y la parte alta en ladrillo mudéjar, edificada por su abuelo Don
Juan tras el derribo de las almenas ordenado por el Rey Enrique IV.
Desmochada en el s. XV por orden del rey Enrique IV, su parte superior fue reconstruida en estilo mudéjar por el abuelo de San Ignacio.
Dos saeteras en un
rincón de la torre evocan las luchas de los banderizos guipuzcoanos.
Y en el interior de la Torre, no obstante
la desfiguración provocada por tantas desacertadas adaptaciones y reparaciones,
allí están aún las vigas de la vieja casa, allí está la alcoba de sus padres
donde Iñigo vio la luz un día indeterminado de 1491, allí está el oratorio de
la casa donde rezaba la familia Oñaz-Loyola, con su bello retablito plateresco
y su graciosa tabla de la Anunciación (regalo de la reina Isabel a Magdalena de
Araoz, cuñada de Iñigo); allí está la habitación del piso superior donde Iñigo
convaleció de su herida y donde la gracia divina convirtió al “soldado desgarrado y vano” en heroico
penitente.
Teniendo 18 años de edad, mientras
habitualmente residía en Arévalo, Iñigo perdió a su padre. Mucho antes debió
perder a su madre. Ni siquiera sabemos si la conoció. No se encuentra la menor
alusión a ella en la vida de Iñigo. Ella se llamaba Marina Sáenz de Licona, y
era hija de Martín García de Licona, personaje de Corte conocido como “Doctor Ondarroa”, por su nombre de la
villa en que nació. Este señor había comprado el señorío de la casa azcoitiana
de los Balda, obteniendo así mismo el patronazgo de la iglesia parroquial de
Azcoitia; y en esa casa residía cuando, en 1467, casó a su hija Marina con Don
Beltrán, el heredero de la casa Loyola.
Iñigo, el menor de los 11 hijos de Don
Beltrán, fue amamantado por María de Garín, la mujer del herrero Errasti, que
vivía en el caserío Eguibar, cercano a la Casa-Torre y que aún puede verse
sobre el camino viejo de Azpeitia. Fue en ese caserío donde se crió el niño
Iñigo de Loyola.
La villa de Azpeitia
presente hoy un aspecto muy diferente de aquella villa amurallada y severa que
conoció el adolescente Iñigo. Es verdad que aún la vista de algunas viejas mansiones,
como el palacio de Anchieta, nos devuelve a los últimos decenios de siglo XV.
La iglesia parroquial que hoy vemos, en el estilo gótico columnario que
caracteriza a tantas iglesias del País, no es la que conoció Iñigo de Loyola,
pero aún conserva la pila en la que fue bautizado.
CASERÍO EGUIBAR.
Donde se crió Iñigo
de Loyola.
Frente al caserío Eguibar, donde el benjamín de los Loyola aprendió a dar los primeros paso, al otro lado de río Urola y en la ínfima falda del Izarraitz, descollaba entre los castaños la ermita de Nuestra Señora de Olatz, atendida por una serora, y muy venerada por los campesinos. “Tal vez la cristiana y honrada casera que amamantó a Iñigo, fue también la primera que depositó en el tierno corazón del niño los gérmenes del amor y de la devoción a aquella Virgen de Olatz, a la que años después, según es tradición, saludará el santo siempre que cruce el camino por delante de la ermita” (P. Pérez Arregui).
ERMITA DE NUESTRA
SEÑORA DE OLAZ.
Muy próxima a la
Casa-Torre de Loyola, tuvo que ser muy frecuentada por Iñigo en su niñez y adolescencia.
Iñigo debió de visitar frecuentemente también las otras ermitas del valle, unas ermitas muy parecidas en su estructura a la de los mismos caseríos a cuyo servicio religioso y litúrgico estaban destinadas. “No menos de 10 ermitas representaban en el valle de Loyola, como en todo el País, no una simple meta de romería, sino la sede primitiva del culto, anterior a la fundación de las villas, pegada por lo mismo a los caseríos y semejante a ellos”. (P. Leturia).
Estatuita de San
Martín, con policromía reciente, conservada en el caserío de Urrestilla, y sin
duda venerada por el joven Iñigo de Loyola.Todas estas ermitas pertenecían al patronato de los Loyola; y no menos importante es el hecho de que, antes de la fundación de las parroquias en el recinto amurallado de las villas, fue en esas ermitas donde se efectuaba desde tiempo inmemorial el servicio del culto, dependiente de la mitra de Pamplona. Muchos recuerdos del adolescente Iñigo tuvieron que estar ligados al culto religioso de estas ermitas.
ERMITA DE SANTA MARÍA DE ELOSIAGA.
(Hoy de Santa
Lucía)
En su estancia en Azpeitia, a su regreso de París,
Ignacio tuvo en esta ermita un célebre sermón (el 3 de Mayo de 1535) con gran
fruto de devoción y de conversiones.
ERMITA DE SAN JUAN
DE EIZMENDI.
Hoy convertida en
caserío, con dos familias. Junto a ella estuvo la antigua ermita de San Martín,
de la que quedan pocos restos. Sobre esta y las demás ermitas tenían los Loyola
derechos de Patronato. San Ignacio inspiró a su hermano Don Martín una clausula
de su testamento por la que mandaba se tocasen las campanas de la parroquia y
de las ermitas al mediodía para rezar por las almas en pecado mortal. Ambos
hermanos pudieron olvidar a las gentes que vivían en los caseríos.
“E porque sea más
servido Dios Nuestro Señor mando y es mi voluntad que el dicho tiempo del
mediodía de cada día tañan o señalen las freiras cada una su ermita, porque los
de la tierra puedan rezar lo mismo”.
En el caserío Eguibar y en la Casa-Torre el joven Loyola fue aprendiendo a rezar, a leer y a escribir. Se aprendió de memoria las hazañas de sus antepasados y parientes, algunas de ellas realizadas muy lejos de los estrechos límites del valle. Ya adolescente, alguien debió pensar en él para dedicarlo al estado clerical; pero sus ilusiones iban por otros derroteros de gloria mundanal. Un día de 1506 llegó a la torre un mensaje de Arévalo: El Contador Mayor de Castilla, Juan Velázquez de Cuéllar, deseaba tener en su palacio a uno de los hijos de Don Beltrán. Iñigo fue el elegido.
3
PRIMERA SALIDA:
ARÉVALO
(1.506 – 1.517)
Fue en 1506, en fecha aún no conocida,
cuando realizó la primera salida importante en su vida: a AREVALO, como paje de
Juan Velázquez de Cuéllar, Contador Mayor del Rey Fernando el Católico. Podemos
suponer que este primer viaje lo haría por el camino real; por Vitoria y
Miranda, donde atravesaría el Ebro, por Pancorvo, donde los Loyola tenían una
casa de su propiedad, Burgos y Valladolid.
CASTILLO DE
ARÉVALO.
Aunque no era aquí donde residía habitualmente Juan Velázquez de Cuéllar sino en el Palacio Real de Juan II, hoy desaparecido, por esta fortaleza corretearía Iñigo de Loyola con sus amigos entre soldados, ballestas, arcabuces, falconetes y culebrinas.
De Arévalo, donde tuvo su habitual
residencia durante 11 años, tuvo que hacer numerosas salidas a ciudades y
pueblos cercanos de Castilla. Es probable que ya en 1506 viajara a Dueñas,
acompañando a Don Juan Velázquez de Cuéllar en una ocasión solemne: cuando el
Rey Católico, el 18 de Abril de ese año, hizo a su segunda esposa, Doña Germana
de Foix, un recibimiento “con gran
ostentación y acompañamiento”. A Valladolid acudiría varias veces; y muy
probablemente en 1509, cuando la boda de Catalina de Aragón con Enrique de
Inglaterra. Viajaría también a Madrid en Octubre de 1510 cuando Don Fernando
tomó posesión del Gobierno de Castilla. Y es de suponer que visitaría otros
lugares como Tordesillas, Torquemada, Medina del Campo, Madrigal de las Altas
Torres, Segovia, Ávila, y tal vez Toledo.
La estancia de Iñigo en Arévalo fue sin
duda interrumpida de vez en cuando por los viajes a la casa natal de Loyola, ya
que consta que en Febrero de 1520 Iñigo cometió un delito considerado como grave
en el proceso que incoa contra él el corregidor de Guipúzcoa Hernández de la
Gama.
La residencia y vida cortesana de Iñigo en
Arévalo se termina con la caída política y la muerte de su amo y valedor Don
Juan Velázquez de Cuéllar. Hacia fines de 1517 comienza a servir a Antonio
Manrique de Lara, Duque de Nájera y Virrey de Navarra.
4
DE PAMPLONA A
LOYOLA EN LITERA
(1.521)
Iñigo herido en Pamplona, llega a la Casa Torre.
A finales de 1517 Iñigo de Loyola, con 500
escudos y dos caballos que le dio Dña. María de Velasco, viuda de Juan
Velázquez de Cuéllar, abandona los campos de Arévalo, para ponerse al servicio
y órdenes del Duque de Nájera, D. Antonio Manrique de Lara.
No sabemos en cuál de las residencias del
Duque residió preferentemente Iñigo en estos tres años que precedieron a la
guerra de Navarra; en la villa de Navarrete (a dos leguas de Logroño), en la
pequeña ciudad de Nájera o en Pamplona, donde Manrique de Lara había jurado su
cargo de Virrey y Capitán General de Navarra en Mayo de 1516. Probablemente
residiría más habitualmente en la capital navarra, desplazándose con relativa
frecuencia a las otras residencias del Virrey.
En el cortejo del Duque-Virrey tuvo que
asistir en Valladolid al fastuoso recibimiento del Rey Carlos el 18 de
Noviembre de 1517 y con ocasión de las cortes que en esa ciudad se celebraron
en Febrero del siguiente año, a las que también concurrió su hermano Martín
García, Señor de Loyola.
A fines de 1518, de nuevo en la comitiva
del Duque de Nájera y siguiendo al nuevo Rey de España, se va a Zaragoza, desde
donde solicita licencia para portar armas.
Durante la guerra de las
Comunidades participa ciertamente con el Duque-Virrey en la toma de Nájera que
se había amotinado poniéndose de parte de los Comuneros (Septiembre 1520) y tal
vez en la conquista de Salvatierra el 12 de Abril. Por esos días es enviado su
señor a la tierra vasca con la misión de pacificar las villas guipuzcoanas,
divididas respecto a la aceptación de Cristóbal de Acuña para el cargo de
Conseguidor de la Provincia.
Poco después, el ejército francés invade
Navarra (anexionada a Castilla solo nueve años antes) confiando en el apoyo del
partido local de los agromonteses, que pretendían la corona navarra para
Enrique de Labrit. El oñacino Iñigo y su hermano el Señor de Loyola corren a
ponerse a las órdenes de Pedro de Beaumont; pero éste y otros muchos (entre
ellos el hermano de Iñigo) consideran tácticamente más prudente abandonar la
capital navarra, mientras un grupo de valientes se encierra en el Castillo con
el alcalde Miguel de Herrera. Era el 19 de Mayo de 1521, Domingo de
Pentecostés.
Muralla de la
ciudad de Pamplona, capital de reino de Navarra.
Al día siguiente, en la
defensa de la plaza, una bala de culebrina, pasando por entre las piernas de
Iñigo, le rompió una de ellas y lastimó la otra. Poco después se rendía la
guarnición.
Y aquí empieza la odisea del regreso de
Iñigo a la Casa-Torre de Loyola, después de haber recibido los primeros
auxilios por parte de los franceses, nuevos dueños de la situación.
“Y así, cayendo él, los
de la fortaleza se rindieron luego a los franceses, los cuales, después de
haberse apoderado de ella, trataron muy bien al herido, tratándolo cortés y
amigablemente. Y después de haber estado doce o quince días en Pamplona, lo
llevaron en una litera a su tierra”.
Esteban de Zuasti,
responsable de la comitiva que transportaba a Iñigo herido, es obvio que lo
llevara a su propio solar e hiciera allí una etapa de descanso.
Hoy sabemos que los que le llevaron a Iñigo
herido en la litera fueron amigos, bajo la dirección de un primo de San
Francisco Javier, que se llamaba Esteban de Zuasti. El cual, en el proceso que
se le siguió por conspiración con el partido agromontés navarro, se defendió
diciendo:
“Me
hallé en hacer el bien por los servidores de vuestra Majestad y estando en la
obediencia de los franceses y después que el Duque dejó esta ciudad y reino
hice y he hecho tales servicios a vuestra Majestad. Especialmente que el señor de Loyola a una con
cincuenta o sesenta hombres, de pie y de caballo llegó a mi casa con harto
temor que tenía de ser maltratado con su gente, y yo por hacer servicio a
vuestra Majestad recogiéndolos en mi casa y dándoles lo que habían menester
luego les acompañé hasta ponerlos a salvo…
E así bien a un hermano del Señor de Loyola, el
cual fue herido en esta fortaleza le tomé en unas andas a él, y a otros
compañeros que se me encomendaron, les acompañé y los llevé a Larraun hasta
ponerles a salvo”.
El testimonio de Esteban de Zuasti nos
informa suficientemente sobre el primer tramo del itinerario que siguieron los
portadores del herido, que fue hasta el risueño valle de Larraun, al Noroeste
de Pamplona.
Por una referencia del P. Nadal (ya en
1554) sabemos que en un pueblo innominado de la diócesis de Pamplona, se detuvo
la ambulancia ocho días, sin duda por exigencias del enfermo.
A partir del valle de Larraun no se sabe
con certeza las etapas inmediatamente siguientes. El itinerario más fácil de
imaginar es el que sigue por Betelu, Lizarza y Vidania (según Fausto Arocena),
o quizá también por el “camino viejo” de Leiza, Berástegui y Tolosa.
Existe un documento que, en el caso que
correspondiera a la verdad histórica, no concordaría con estos dos itinerarios
por la parte oriental de Guipúzcoa.
Iñigo de Loyola,
herido, y transportado a la Casa Torre.
Grupo escultórico, fundido en bronce; por Flotats.
Juan de Ozaeta, señor de las casas de
Ozaetay Alegría, testificó, en el proceso de beatificación de 1959, la estancia
de Iñigo en la casa de Echeandía: Pasando él con Francisco de Borja y con
Polanco por la casa de Echeandía que está en Anzuola (villa de Vergara),
entendiendo que en aquella cas se había detenido Ignacio de Loyola cuando venía
herido de Navarra; por lo cual se apearon de la mula para besar la tierra y las
paredes donde había estado el Santo. Y según la tradición recogida por ese
mismo testimonio, allí en la casa de Anzuola fue acogido por su hermana
Magdalena, casada con Juan López de Galaztegui, notario del lugar. Si no
hubiera un fallo de memoria en este testimonio, podría suponerse que el resto
del camino llevaría una jornada pasando por el monte Elosua. El camino iba por
el caserío Chaverri, venta de Elosua, siguiendo el cace del Urola, pasando por
los caseríos de Olasagasti, Aldacharren, el molino de Landarán y Corteta. Desde
Corteta el camino estaba calzado y era fácil apresurar la marcha por Azcoitia
hasta Loyola.
Dado que este itinerario se apoya solamente
en un testimonio de 1959 y es tan difícil armonizarlo con el primer tramo del
viaje desde Pamplona a Larraun, certificado por el testimonio procesual
contemporáneo de los hechos, juzgamos más probable que hubiera confusión en el
testimonio de Juan de Ozaeta en 1959, sobre el momento de esa visita, y que
ésta la realizara Ignacio en otra circunstancia de su vida, por ejemplo, al
abandonar Loyola, ya convertido, con dirección a Aránzazu.
Reconocemos, con todo, que siempre queda
alguna posibilidad de que por razón de seguridad, la comitiva del herido tomara
algún camino más escondido y pasara por el de la sierra de Aralar a Echegárate
y Oñate (Iparraguirre y Dalmases) o incluso tuviera que retroceder para entrar
por Álava y remontar la sierra de Elguea, donde –en el caserío de San Juan de
Elguea- parece existía recientemente una tradición sobre el paso de Iñigo
enfermo por aquella venta. “Siendo yo
joven –atestiguaba en vascuence una abuela- le oí decir a mi abuelo cómo San Ignacia descansó de noche aquí y que
estaba enfermo. Venía de arriba y se fue en dirección a Oñate. El abuelo decía
que estaba enfermo y que al descansar los aires de aquí le hicieron bien. Solo
hizo una noche” (1).
(1)El texto en vascuence con formas
dialécticas de Oñate es el siguiente: “Gastia
nintzala neure aitajunari entzuntxaten San Iñasio sela deskamtzaueben emen
gabas eta gaxo ebillela. Satorren goitikbera eta juansan Oñatira. Aitajunak
esateneben gaizki euela baña eonsala emen deskantzauten ete emengo eisiak ondo
eginzuela. Gabe bat iñeben bakarrik”. (J. Recondo en “Razón y Fe”,
En.-Febr. 1956).
5
DE LOYOLA A
MONTSERRAT Y MANRESA
(1522)
"Iñigo, convertido, se despide de su hermano D. Martín y de su familia". Vidriera de una ventana de la Santa Casa.
Convaleciente de las operaciones a que
quiso someterse para quedar completamente curado de su descalabrada pierna, la
lectura de la vida de Cristo y de los Santos, su temperamento reflexivo y , en
definitiva, la gracia divina le convierten a Dios y le inducen a una vida de
heroica penitencia. Una vez convertido, su primera decisión es ir en
peregrinación a Jerusalén; después ya pensaría qué hacer.
“Hallándose ya con algunas
fuerzas, le pareció que era tiempo de partirse… Sospechaba el hermano y algunos
de la casa que él quería hacer alguna mutación. El hermano le llevó a una
cámara y después a otra, y con muchas admiraciones le empieza a rogar que no se
eche a perder; y que mire cuánta esperanza tiene de él la gente, y cuánto puede
valer, y otras palabras semejantes, todas a intento de apartarle del buen deseo
que tenía… Mas la respuesta fue de manera que, sin apartarse de la verdad,
porque de ello tenía ya grande escrúpulo, se descabulló del hermano”.
No sabemos exactamente en qué fecha dejó la
casa solariega, pero puede conjeturarse que fue a finales de Febrero de 1522.
“Y así, cabalgando en una
mula, otro hermano suyo quiso ir con él hasta Oñate, al cual persuadió en el
camino que quisiesen tener una vigilia en nuestra Señora de Aránzazu”.
Le acompañaron su hermano Pedro López de
Oñaz y dos criados de casa, naturales de Azcoitia, llamados Andrés de Narbaiz y
Juan de Landeta. Los cuatro cabalgantes iniciaron su marcha hacia Azcoitia,
donde torcieron hacia el sur, en dirección de Anzuola y Oñate. No sabemos si
realmente los tres le acompañaron en su visita a Aránzazu.
Treinta años después San Ignacio recordará:
“Cuando Dios nuestro Señor me hizo merced para que yo
hiciese alguna mutación en mi vida, me acuerdo haber recibido algún provecho en
mi vida, velando en el cuerpo de aquella iglesia (de Aránzazu) de noche”.
Por senderos mucho
más ásperos e incómodos que la actual carretera, los cuatro peregrinos de la
Casa de Loyola subirían penosamente a lomo de mula, tropezando quizá con otros
peregrinos que llevaban cruces al hombro, rezaban o cantaban devotamente.
Dejando en Oñate a su
hermano, que quería visitar a su hermana (probablemente Magdalena, que residía
en Anzuola), Iñigo, con los dos criados, prosiguió su camino hacia Navarrete,
donde quería saludar al Duque de Nájera.
"Quiénes se postraban de hinojos en el suelo o tenían los brazos en alto; quiénes arrastraban cadenas de hierro o metían los pies y las manos en cepos; quiénes cargaban con la cruz o se arrodillaban junto a ella para orar, la corona de espinas, la caña, la calavera como asunto de meditación. Entre estas prácticas hacían relevo los más fervorosos. Los espectadores recitaban el Rosario y otras plegarias, cantaban letrillas devotas, dialogaban la leyenda romancera de la aparición de la Virgen. Y todos, movidos a contrición, confesaban sus pecados...".
Desde Oñate atravesaría la
sierra de Elguea, por la venta de San Juan de Artía, y bajando al monasterio de
Barría, alcanzaría la llanada alavesa. Desviándose luego del camino que entraba
en Vitoria, la ciudad entonces hirviente de gentío y rumorosa de festejos por
el hecho excepcional de albergar dentro de sus muros al Cardenal Adriano de
Utrech que acababa de ser elegido Papa, seguiría el rumbo de la Rioja, pasando
por Laguardia y Fuenmayor, hasta Navarrete, a dos leguas de Logroño.
El duque de Nájera había enviado mensajeros a Loyola para que, en nombre suyo, saludasen al herido en Pamplona.
Iñigo, por su parte, le había tenido informado de su mejoría. Ya convertido y resuelto a mudar de vida, recuperadas sus fuerzas, decidió partir como peregrino para Tierra Santa; y dijo a su hermano Don Martín: -“Señor, el Duque de Nájera, como sabéis, ya sabe que estoy bueno. Será bueno que vaya a Navarrete…”.
En el palacio del Virrey en Navarrete no le encontró a éste:
En el palacio del Virrey en Navarrete no le encontró a éste:
“Y
viniéndole a la memoria de unos pocos de ducados que le debían en casa del
Duque, le pareció que sería bien cobrarlos, para lo cual escribió una cédula al
tesorero; y diciendo el tesorero que no tenía dineros, y sabiéndolo el Duque,
dijo que para todo podía faltar, mas que para Loyola no faltase, al cual
deseaba dar una buena tenencia, si la quisiese aceptar, por el crédito que
había ganado en lo pasado. Y cobró los dineros, mandándolos repartir en ciertas
personas a quienes se sentía obligado, y parte a una imagen de nuestra Señora,
que estaba mal concertada, para que se concertase y ornase muy bien. Y así,
despidiendo los dos criados que iban con él, se partió solo en su mula de
Navarrete para Monserrate”.
Zaguán de entrada, en la actualidad.
Pasando por Logroño, y
tomando el camino real que sigue la margen derecha del Ebro, pasó por Calahorra
y Alfaro, cruzó el sur de Navarra por Tudela y Cortes, y entró en la provincia
de Zaragoza por Mallén y Pedrola.
MONTAÑA DE MONTSERRAT.
Grabado de 1.520.
Probablemente en estos parajes aragoneses
donde abundaban los moriscos, fue donde ocurrió el célebre encuentro de Iñigo
con el moro que “ponía mácula” en la
virginidad de María, y al que Iñigo hubiera apuñalado si, llegados a una
encrucijada, la mula del caballero guipuzcoano hubiera elegido el camino por
donde se iba adelantando el moro.
En Zaragoza tomaría algún descanso y luego,
siempre caballero en su mula, cruzó el puente de piedra y pasó al otro lado del
Ebro; y, por la región de los Monegros, enfiló la carretera de Cataluña.
Parece que fue en Igualada, ciudad en la
que abundaban las fábricas de tejidos de toda clase, donde Iñigo, viéndose ya
cerca de Montserrat, pensó en vestirse de peregrino pobre y penitente,
despojándose de su noble traje de caballero.
“Y llegando a un pueblo grande antes de Monserrate,
quiso allí comprar el vestido que determinaba de traer, con que había de ir a
Jerusalén; y así compró tela, de la que suelen hacer sacos, de una que no es
muy tejida y tiene muchas púas, y mandó luego de aquella hacer veste larga
hasta los pies, comprando un bordón y una calabacita, y púsolo todo delante el
arzón de la mula”.
“Y fuese su camino
de Monserrate, pensando como siempre solía, en las hazañas que habría de hacer
por amor de Dios…”.
“Y concertó con el
confesor que mandase recoger la mula, y que la espada y el puñal colgase en la
iglesia en el altar de Nuestra Señora”.
Llegado a Montserrat, el converso Iñigo
tuvo su primer encuentro con la Iglesia.
“Y
llegado a Monserrate, después de hecha oración y concertado con el confesor, se
confesó por escrito generalmente, y duró la confesión tres días; y concertó con
el confesor que mandase recoger la mula, y que la espada y el puñal colgase en
la iglesia en el altar de nuestra Señora. Y este fue el primer hombre a quien
descubrió su determinación, porque hasta entonces a ningún confesor lo había
descubierto”.
Y poco después, la noche del 24 de Marzo
(no sabemos con exactitud el día en que Iñigo llegó a Montserrat), realizó lo
que venía soñando desde que se convirtió: Quería cambiar su profesión de
caballero de una corte terrena por la de caballero de Cristo y María. Mudando
su elegante vestido de caballero por un tosco saco de cáñamo que le llegaba
hasta los pies, lo ciñó a la cintura con una cuerda, calzó el pie derecho
(debilitada y dolorido en las caminatas) con una esparteña, y teniendo en la
mano un bordón de peregrino, hizo su “vela
de armas”.
“La
víspera de nuestra Señora de Marzo en la noche, el año de 22 (el peregrino), se
fue lo más secretamente que pudo a un pobre, y despojándose de todos sus
vestidos, los dió a un pobre, y se vistió de su deseado vestido, y se fue a
hincar de rodillas delante el altar de nuestra Señora; y unas veces de esta
manera, y otras en pie, con su bordón en la mano, pasó toda la noche”.
Al amanecer tomó el camino de Manresa. Esta
vez a pie. El peregrino, a partir de este momento, era un mendigo; le llamarán
“el hombre del saco”.
Iñigo llegó a Manresa el mismo día 25 de marzo de 1522. Era sábado. En pocas horas cubrió las tres leguas que separaban Manresa de Montserrat. Testimonios indirectos de personas que le vieron llegar atestiguan que aquel “pobre, todo vestido de sarga, como un romero, no muy alto, pero blanco y rubio, y de muy buen rostro y grave… venía cansado y cojeando de la pierna derecha”.
MANRESA: LA SEO
Según algunos testigos de los Procesos, Iñigo, antes
de entrar en la ciudad… apenas pasado el puente romano, el “Puente Viejo”,
entró en la Seo, donde pasó más de dos horas en oración, antes de dirigirse al
hospital.
“La víspera de nuestra Señora de Marzo… se fue lo más secretamente que pudo a un pobre, y despojándose de todos sus vestidos, los dió a un pobre…”
Atravesando el puente romano, el “puente viejo”, el peregrino
probablemente se fue en derechura al Hospital de Santa Lucía donde pidió
alojamiento. En la ciudad pronto se vio muy bien atendido por piadosas mujeres,
y también por otras personas de calidad y de autoridad en la ciudad.
Manresa fue para Iñigo su verdadero
noviciado espiritual. En Manresa sufrió prolongados y tremendos escrúpulos de
conciencia. En Manresa hizo terribles penitencias, de tal modo que “con ser peregrino recio y de buena
complexión, se mudó totalmente cuanto al cuerpo”. En Manresa hizo sus
primeras experiencias apostólicas y compuso lo sustancial del libro de los
Ejercicios Espirituales. En Manresa Dios le colmó de carismas y allí tuvo
revelaciones místicas y proféticas sobre el futuro de su obra.
Había venido a Manresa con la idea de
quedarse solo unos días antes de continuar su viaje al puerto de Barcelona
donde esperaba embarcarse para Italia y desde allí proseguir su peregrinación a
Tierra Santa; pero la peste que hacía estragos en la Ciudad Condal y las
ilustraciones divinas que recibió en Manresa le forzaron a detenerse en esta
ciudad casi once meses.
Del Hospital de Santa Lucía pasó a alojarse
–unos breves días- en el Convento de los Dominicos, y luego residió en casa de
diversas personas piadosas que se fueron dando cuenta de la calidad espiritual
de aquel extraño peregrino.
“Él demandaba en Manresa limosna cada día. No comía
carne, ni bebía vino, aunque se lo diesen. Los domingos no ayunaba, y si le
daban un poco de vino, lo bebía. Y porque había sido muy curioso de curar el
cabello, que en aquel tiempo se acostumbraba, y él lo tenía bueno, se determinó
dejarlo andar así, según su naturaleza, sin peinarlo ni cortarlo, ni cubrirlo
con alguna cosa de noche ni de día. Y por la misma causa dejaba crecer las uñas
de los pies y de las manos, porque también en esto había sido curioso”.
“Mientras
oraba en esta capilla de Viladordis, adonde había ido a venerar una devota
imagen de Nuestra Señora, le sobrevino un desfallecimiento tal, que le dejó
varios días sin sentido; y al volver en sí, se encontró tan débil, que parecía
iba a morir. Fue necesario el conforte de algún alimento que ciertas mujeres
solícitamente le llevaron y el apoyo de brazos amigos para conducirlo al
hospital"
La ciudad de Manresa está llena
de recuerdos del peregrino. La Seo donde hizo probablemente la primera visita
al entrar en la ciudad, y donde luego haría largas horas de oración, el
convento de Santo Domingo, donde se alojó algún tiempo e hizo buenas amistades;
y las otras iglesias de la ciudad. Caminando un día hacia la iglesia de San
Pablo (a una milla del centro de Manresa) y contemplando el paso precipitado de
las aguas del Cardoner tuvo una eximia ilustración que colmó de divina
sabiduría su entendimiento, y según parece, le reveló un esquema de lo que
sería la Compañía de Jesús. En la ermita de Viladordis, a donde había ido a
venerar una imagen de Nuestra Señora le sobrecogió un desfallecimiento que lo
dejó varios días sin sentido y a punto de muerte. En la capilla del Hospital de
Santa Lucía tuvo igualmente otro arrobamiento que le duró ocho días y que le
hizo pensar a las gentes que había muerto, y al cual tradicionalmente se le
atributó un carácter místico.
A la Cueva –hoy la Santa Cueva-,
en un lugar entonces de roca y malezas (a 32 metros sobre las aguas del río) se
retiraba con frecuentemente para sus meditaciones y penitencias. En ella tuvo
sus más frecuentes y altas experiencias espirituales, y se cree que en ella
debió escribir gran parte de sus Ejercicios Espirituales.
6
PEREGRINO EN TIERRA SANTA
(1.523 – 1.524)
Vista de la Ciudad Santa.
Iñigo
salió de Manresa camino de Barcelona el 16 ó 17 de Febrero de 1523. Le
acompañaba un sacerdote, Antonio Pujol, hermano de Inés Pascual, la viuda que
le había atendido maternalmente los mese de Manresa. En una casa que ésta
poseía en Barcelona se alojó Iñigo en cuanto llegó.
Estuvo
en la Ciudad Condal unos 20 días, intentando que le permitieran embarcarse en
algún barco, sin provisión ni compañía alguna, confiando sólo en Dios.
Finalmente fue admitido por caridad en una nave, con la condición de que al
menos aportara “bizcocho” para su propio mantenimiento.
“Tuvieron viento tan recio en popa, que llegaron desde
Barcelona hasta Gaeta en cinco días con sus noches, aunque con harto temor de
todos por la mucha tempestad”.
De
Gaeta, en un viaje no sin incidentes desagradables que él cuenta en su Autobiografía, y pasando por Fondi,
ciudad estragada en ese momento por la peste y donde se detuvo dos días, llegó
a Roma. Entrando por la Vía Appia, atravesando el recinto de Aureliano quizá
por la puerta de San Sebastián, dejaría a su izquierda las grandiosas ruinas de
las Termas de Caracalla, y seguiría andando por el Circo Máximo, el Teatro
Marcelo, el Campo dei Fiori hasta Piazza Navona, cuta barriada estaba muy
poblada de españoles. Allí se alzaba la iglesia y el hospicio que se decía de Santiago de los Españoles donde
probablemente se hospedó (G. Villoslada).
En
Roma vivió mendigando las dos semanas que tardó en conseguir permiso del nuevo
Papa, Adriano VI, para peregrinar a Jerusalén. Logrado el permiso, tenía que
trasladarse a Venecia.
Salió
de Roma el 13 ó 14 de abril. Tenía por delante unos 600km de caminata, a pie,
comiendo mal y durmiendo peor, ya que ante muchas ciudades, amenazadas por la
peste, se establecían cordones sanitarios.
“Dormía por los pórticos; y alguna vez le acaeció, en
levantándose a la mañana, topar con un hombre, el cual, en viendo que le vió,
con grande espanto se puso a huir, porque parece que le debía de ver muy
descolorido”.
La ruta debió ser por Spoleto (Umbría), subiendo por cerca de Rímini hasta Ravenna y Ferrara. Para entrar en Venecia tuvieron que desviarse hasta Padua par conseguir una cédula de sanidad. En este tramo se halló tan agotado que sus compañeros le dejaron atrás; en aquel momento de total abandono fue confortado por la presencia de Jesús. Pudo alcanzar a sus compañeros, y entrar con ellos en Venecia.
Un
rico español le recogió en su casa y le procuró una audiencia con el Dux Andrea
Gritti, quien, a su vez, dio orden para que al peregrino se le facilitase
pasaje en la nave que llevaba a los gobernadores de Chipre. Iñigo subió enfermo
a la nave. Un mes tardaron en llegar a Chipre. Allí los peregrinos de Tierra
Santa cambiaron de nave.
“Manteníase en Venecia mendigando, y dormía en la
plaza de San Marcos”.
El
19 de Agosto partieron de la isla, y el 24 de Septiembre desembarcaron en
Jaffa. Los 20 peregrinos que formaban la expedición con Ignacio de Loyola
entonaron un Te Deum y una Salve de acción de gracias, y montando
en asnillos, se dirigieron hacia Jerusalén, acompañados por los Franciscanos y
escoltados por soldados turcos.
“Y pareciendo bien a todos, se empezó cada uno a
recoger; y un poco antes de llegar al lugar donde se veía, se apearon, porque
vieron los frailes con la cruz, que los estaban esperando. Y viendo la ciudad
tuvo el pelegrino grande consolación; y según los otros decían, fue universal
en todos, con una alegría que no parecía natural; y la misma devoción sintió
siempre en las vicisitudes de los lugares santos”.
El
propósito de Iñigo era quedarse en Jerusalén, visitando siempre los santos
lugares por devoción y amor a Jesucristo, y también porque tenía pensado ayudar
allí a las almas. Pero el Provincial de los Franciscanos, que tenía la autoridad
eclesiástica sobre los peregrinos, le prohibió quedarse allí, incluso aún
asegurando Iñigo que no sería carga económica para los frailes pues quería
vivir mendigando.
En
el último momento, antes de iniciar el regreso, le vinieron deseos de volver a
visitar el monte Olivete para comprobar hacia dónde miraban las huellas
impresas por los pies de Jesús en el momento de la Ascensión. Los frailes del
monasterio le buscaron y le reintegraron al grupo de peregrinos que iba a
embarcarse.
Partiendo el 23 de Septiembre, y llegados a Chipre,
cambiaron de barco. De las tres naves dispuestas para zarpar, al mendigo Iñigo
le tocó entrar en la más pequeña, que fue la única que logró superar una fuerte
tempestad.
“En el
monte Olivete está una piedra, de la cual subió nuestro Señor a los cielos, y
se ven aún agora las piedras impresas; y esto era lo que él quería tomar a ver”.
El
senador veneciano Marcantonio Trevisano descubre al agotado peregrino Ignacio
en los soportales de la Plaza de San Marcos.
El
camino (unos 500 km) lo hizo a pie pasando por Ferrara, donde dio todas las
monedas que traía a unos pobres que le pidieron limosna. Para ir a Ferrara de
Génova tuvo que atravesar los campamentos de tropas imperiales y francesas
(entonces en guerra). No le faltaron aventuras a esta ruta peligrosa; estovo
preso y fue detenido por loco. Otro encuentro lo tuvo con un capitán del
ejército francés.
“El capitán le preguntó entre las otras cosas, de qué
tierra era: y entendiendo que era de Guipúzcoa, le dijo: -Yo soy de allí de
cerca- paresce ser junto a Bayona; y luego dijo: -Llevadle, y dadle de cenar, y
hacedle buen tratamiento-. En este camino de Ferrara para Génova, pasó otras
cosas muchas menudas, y a la fin llegó a Génova, adonde le conosció un viscaino
que se llamaba Portuondo, que otras veces le había hablado cuando él servía en
la corte del rey católico. Este le hizo embarcar en una nave que iba a
Barcelona…”
Iñigo llegó a Barcelona tras cumplir su periplo palestino sin más provisión que su esperanza en Dios. Hay mucho de bohemia franciscana en esta increíble empresa, hija de la tozudez y de una acrisolada esperanza. Por eso el relato pormenorizado y selectivo de los episodios del viaje (en la Autobiografía) no es la de un turista, ni siquiera la de un devoto peregrino: es un sencillo canto a la Providencia que guió sus pasos (Tellechea Idígoras).
7
DE BARCELONA A ALCALÁ Y SALAMANCA
(1.524 - 1.527)
La Catedral de Barcelona, vista desde una calle del "barrio gótico".
Iñigo
había decidido estudiar. Como todos los estudiantes en su época, comenzaría con
la Gramática, antes de pensar en la Filosofía.
Tras un intento fallido de estudiar en Manresa, se instaló en Barcelona, aceptando estudiar Latín a las órdenes de Jerónimo Ardévol, un bachiller que daba clases en las Escuelas Mayores de la Ciudad Condal, unas instituciones no de rango universitario, pero que habían entrado por cauces humanísticos siguiendo las Introductiones in Linguam Latinam de Antonio de Nebrija. Sus estudios de Humanidades no impidieron a Iñigo continuar con sus penitencias, dedicarse a hacer bien espiritual a muchas personas, y contribuir a la reforma de la vida religiosa de algunos conventos de monjas.
IGLESIA DE SANTA MARIA DEL MAR, donde Iñigo oía misa todos los días y donde prometió a su maestro de Humanidades –Ardévol- dedicarse más resueltamente al estudio.
“el año de veintiséis llegó a Alcalá y estudió
Términos de Soto y Física de Alberto, y el Maestro de las Sentencias”.
“Acabados dos años de estudiar, en los cuales, según le
decían, había harto aprovechado, le decía su maestro que ya podía oír Artes
(Filosofía) y que se fuese a Alcalá. Mas todavía él se hizo examinar de un
doctor en Teología, el cual le aconsejó lo mismo, y ansí se partió solo para Alcalá”.
Sería
por el mes de Marzo de 1526 cuando Iñigo, con su atillo al hombro, como otras
veces, su bastón y su escribanía, se despidió de las personas amigas, y
enderezó sus pasos hacia el sur por la carretera de Tarragona, Tortosa y otros
caminos para nosotros totalmente desconocidos, que se adentrarían por las
tierras de Teruel y de Guadalajara hasta llegar, después de más de 500 km de
difícil andadura, a las puertas de la ciudad de Alcalá de Henares (G.
Villoslada).
No sabemos cuántos días tuvo que emplear en esta
caminata aquel hombre de 35 años, buen andarín pero flaco y extenuado por
ayunos y trabajos. En las afueras de Alcalá tropezó con un grupo de estudiantes
que le tomaron por pordiosero. Uno de ellos se adelantó y puso en sus manos
unas monedas. “Era
un estudiantico de Vitoria, llamado Martín de Olave –cuenta el P. Rivedeneira en la primera biografía
ignaciana- de
quien recibió la primera limosna; y pagósela muy bien nuestro Señor por las
oraciones deste siervo suyo; porque siendo ya Olave doctor en Teología por la
Universidad de París, y hombre señalado en letras y de gran autoridad, vino a
entrar en la Compañía, estando en el Concilio de Trento el año de 1552”.
Hospital de la Misericordia.
La
permanencia de Iñigo en Alcalá duró de Marzo de 1526 a Junio de 1527. Hizo sus
estudios deprisa y “con poco fundamento”.
En realidad se dedicó más a sus actividades apostólicas.
“Estando en Alcalá se ejercitaba en dar ejercicios espirituales, y en
declarar la doctrina cristiana: y con esto se hacía fruto a gloria de Dios”.
Estas
actividades dieron mucho que hablar. Empezó a reunir compañeros y seguidores
(todos acabarían finalmente dispersándose de él), y este influjo produjo tal
revuelo que los inquisidores de Toledo, enterados del asunto, vinieron a Alcalá
a comprobar si se trataba de un grupo de “alumbrados”. El asunto quedó en manos del Vicario General, Juan Rodríguez de
Figueroa.
Iñigo
sufrió en Alcalá tres procesos. El primero, relativo a su manera de vivir y de
vestir; el segundo se refería a la doctrina contenida en los Ejercicios; y el
tercero implicaba una acusación de imprudencia en consejos dados a unas
mujeres. Estuvo 42 días en la cárcel. La sentencia de Figueroa, en sí
absolutoria, le prohibía hablar de materias de fe cristiana, hasta que hubiese
estudiado cuatro años. Iñigo, no pudiendo aceptar que se le impidiera hacer
bien a los demás por el hecho de no haber estudiado, decidió recurrir contra la
sentencia ante el arzobispo de Toledo, Alonso de Fonseca; y, sabiendo que éste
se encontraba en Valladolid, fue allá para hablarle.
Iñigo
volvió a pisar los campos castellanos, desde las orillas del Henares hasta las
del Duero, pasando por Segovia. A finales del mes de Junio entraba en Valladolid,
y a los pocos días podía entrevistarse con Fonseca.
“El arzobispo le
recibió muy bien, y entendiendo que deseaba pasar a Salamanca, dijo que también
en Salamanca tenía amigos y un colegio, todo le ofreciendo; y le mandó luego,
en se saliendo cuatro, escudos”.
Mediaba
el mes de Julio de 1527 cuando nuestro peregrino recorría a pie los 110 km
(aproximadamente) que le separaban de Salamanca. Pudo hacer el viaje por
Tordesillas, que le recordaría sus tiempos de Arévalo y donde ya no vivía la
princesa soñada, Catalina de Austria, que ahora reinaba en Portugal. Es más que
probable que eligiera el camino más recto que pasaba por Medina del Campo, de
donde mirando hacia el sur –si no llegaba a descubrir en la lejanía los muros
de Arévalo- contemplaría por lo menos los bosques, las riberas, los campos y
senderos, donde había pasado el decenio más regocijado y turbulento de su
juventud (P. Villoslada).
En Salamanca, donde le habían precedido sus
cuatro compañeros de Alcalá, fue pronto invitado a comer con los frailes
dominicos del convento de San Esteban, y sometido a interrogatorio, del que
siguió una detención precautoria en el mismo convento (donde al menos se le
permitía seguir hablando de Dios a sus amigos); y luego una orden de llevarlo a
la cárcel mientras no se aclarara la ortodoxia del libro de los Ejercicios.
Examinado finalmente por cuatro jueces, no se halló ningún error en sus
respuestas, quedando siempre pendiente la cuestión: ¿Cómo es posible hablar de
Dios y de la moral cristiana sin haber estudiado Teología? Y volvió a repetirse
la sentencia de Alcalá: Iñigo no debía hablar de esas cosa hasta después de
cuatro años de estudios.
SALAMANCA
Claustro
del Convento de San Esteban.
Fue sacado de la cárcel. Pero,
viendo que también en Salamanca se le cerraban las puertas para “aprovechar a las almas” decidió irse a París a estudiar. Iñigo comunicó
este plan a sus compañeros y como a ellos les pareciera bien, les anunció que
él se adelantaba a la capital de Francia con el fin de “ver si podría hallar modo
para que ellos pudiesen estudiar”. Y
aunque muchas personas principales le instaron para que no se fuese, no lo
lograron.
8
DE SALAMANCA A PARÍS
(1.527 - 1.528)
Convento de San Estaban, de los Dominicos de Salamanca.
“Quince o veinte días después de haber salido de la prisión (en
Salamanca), se partió solo, llevando algunos libros en un asnillo”.
De
salamanca a París el camino obvio parece ser el que pasaba por su tierra vasca.
Iñigo prefirió tomar otra ruta, la de su segunda patria, aquella en la que
había trabado las más profundas amistades ligadas a su radical transformación
espiritual: Cataluña.
Se
supone que el itinerario hasta Barcelona sería por Segovia, Sigüenza,
Calatayud, Zaragoza, Lérida… Al contemplar de lejos el macizo riscoso de
Montserrat, en cuyo flanco parece querer refugiarse el Santuario de Nuestra
Señora, de tan inefables recuerdos para él su corazón emocionado se conmovería
dulcemente, pero sin detenerse, arreó el asnillo camino de Barcelona (G.
Villoslada).
En
Barcelona volvió a encontrar a sus numerosos amigos; todos ellos quisieron
disuadirle de su intento de pasar a Francia, arguyéndole sobre los enormes
peligros que suponía tal viaje en un tiempo en que ardía la guerra entre
Francisco I y Carlos V.
“Y así se partió para París solo y a pie, y llegó a
París por el mes de Febrero, poco más o menos; y según me cuenta, éste fue el
año de 1528”.
Ignoramos
cuánto se prolongó la estancia de Iñigo en Barcelona y cuánto duró este viaje a
la capital francesa. “Despidióse de mi madre, de mi casa y de mí y de toda Barcelona –declaró más tarde en el Proceso Juan Pascual- con muchas lágrimas suyas y
de todos”.
Ni
la Autobiografía de Ignacio, ni ninguno de sus más íntimos colaboradores han
dado detalles de este largo viaje a la capital francesa. Atravesar casi toda
Francia de sur a norte, solo y a pié, en tiempo de guerra y en pleno invierno,
y sin conocimiento del idioma, parecería una aventura capaz de arredrar a
muchos; a Iñigo de Loyola, no.
Sólo sabemos que en los primeros días de Febrero
estaba ya en París, y que un mes más tarde escribía a sus amigos de Barcelona
Firmando:”De
bondad pobre, Iñigo”.
Único resto de la Iglesia de
Santiago, punto crucial de peregrinaciones.
Los
siete años que Iñigo pasó en París fueron trascendentales en muchos sentidos;
sobre todo en lo que respecta a su formación intelectual y a la fundación de su
Obra, la Compañía de Jesús.
Iñigo
dedicó su primer año en Paría a perfeccionar, en el colegio de Monteagudo, su
insuficiente preparación en Latín y Humanidades, sostenido económicamente por
limosnas de sus amigos de Barcelona y alojándose en una pensión o en el
Hospicio Saint-Jacques. Los 25 escudos que le supuso la cédula de cambio que
traía de Barcelona le fueron pronto dilapidados por un estudiante español al
que se los había confiado en depósito.
Urgido por la necesidad, decidió ir a
Flandes a pedir limosna a mercaderes españoles de los muchos que abundaban
entonces en aquellas tierras pertenecientes al imperio de Carlos V.
En
tres años consecutivos-Cuaresma de 1529, y verano de 1530 y 1531- viajó a
Brujas y Amberes, con esta finalidad. La tercera vez llegó hasta Londres. En el
primero de esos viajes Iñigo se encontró en Brujas con el célebre humanista
valenciano Luis Vives, quien lo invitó a comer y mantuvo con él una interesante
conversación a propósito de la ley de la abstinencia cuaresmal.
PARÍS. SELLO DE LA COFRADÍA DE ST.JACQUES AUX PELERINS.
Grabado.
Reducido a la mendicidad por el
desfalco de un compañero, “fue recogido en el Hospital St. Jacques”.
Vista de
la plaza (o montaña) de Santa Genoveva, según un grabado del s. XVII. La
fachada de la iglesia de St. Etienne-du-Mont (a la izquierda) no estaba aún
construida en tiempos de San Ignacio. En cambio, él tuvo que visitar
frecuentemente la iglesia de la Abadía Ste.-Geneviève (a la derecha), demolida
en 1807, puesto que a pocos metros se hallaba el Colegio Monteagudo donde el
Santo hizo sus primeros estudios en París.
Otro
de los viajes que hizo Iñigo en estos años de París fue a Ruán (unos 150 km)
para atender y acompañar en su grave enfermedad al estudiante español que se
había gastado los ducados que el santo le había confiado. Antes del amanecer,
salió de casa a pié y descalzo, atravesó el Sena y tomó la ruta de Pontoise,
pasando antes por Argenteuil donde seguramente se detuvo a venerar la túnica
inconsútil de Cristo que se conservaba en una iglesia románica. Quizá fue esto
lo que le llenó de consolación su espíritu deprimido hasta ese momento. De
pronto le llenó un extraño gozo “tanta alegría que comenzó a gritar por
aquellos campos y hablar de Dios”.
La primera noche durmió con un pobre mendigo en un Hospital, la segunda se
refugió en un pajar, al tercer día estaba en Ruán. Y todo ese tiempo “sin comer ni beber”. Animado por su inmensa caridad y entusiasmo espiritual, había
recorrido, sin probar bocado y en tres días, unos 150 km. En Ruán consoló al
abatido enfermo, le ayudó a ponerlo en una nave para volver a España y le dio
cartas de recomendación para sus amigos de España.
Vuelto
a París, continuó sus estudios, al mismo tiempo que realizaba conversiones
ruidosas. Fue acusado como seductor de jóvenes estudiantes, y estuvo a punto de
ser condenado por el Rector del Colegio Santa Bárbara al castigo de los azotes.
Fue en la Universidad de París donde, al tener que latinizar su nombre para
documentos oficiales, escogió el nombre de Ignatius.
En
Octubre de 1529, a sus 38 años, Ignacio entró en la Facultad de Artes (así se llamaba entonces Filosofía), residiendo y siguiendo las
clases en el Colegio Santa Bárbara. En ella ganó el título de Licenciado el 13
de Marzo de 1533, y de Maestro (o Doctor) en 1535. Los meses restantes los
dedicó al estudio de Teología, que ya había iniciado anteriormente y que luego
continua ría en Italia.
En París Ignacio dio los Ejercicios Espirituales y
conquistó para Dios y para sus propios planes apostólicos a sus primeros compañeros:
Francisco Javier, Pedro Fabro, Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Simón Rodrigues
y Nicolás Bobadilla. En la festividad de la Asunción de 1534, Ignacio y sus
compañeros pronunciaron en una capilla de Montmartre, sus votos de vivir en
pobreza y castidad, y someterse a la obediencia de Sumo Pontífice. En años
siguientes, ausente ya Ignacio de Loyola, se añadirían tres compañeros más:
Jayo, Broët y Coduri.
En
medio de sus estudios y trabajos apostólicos, Ignacio sufría de cálculos en la
vejiga con repercusiones dolorosas en el estómago. Los médicos le aconsejaron
los
Aires natales. Sus compañeros le presionaron en el
mismo sentido. Ignacio se dejó persuadir. Sentía el deseo de reparar los
escándalos de su juventud en Azpeitia. Además de procurar el restablecimiento
de su salud, podría visitar a los familiares de sus compañeros. Se convino en
que, después de lograr estos objetivos, Ignacio se trasladaría a Venecia donde
esperaría a sus amigos de París, para preparar todos juntos el viaje a Tierra
Santa.
La abadía de Montmartre en el siglo XV.
9
DE PARÍS A AZPEITIA
(1535)
La Catedral de Notre-Dame de París. El rosetón de la vidriera del crucero (lado Norte), del siglo XIII.
A
principios de Abril de 1535, despidiéndose de sus compañeros y montando en un
caballejo pardillo que aquellos le habían comprado, abandonó para siempre la ciudad
del Sena, donde había pasado siete largos años. El antiguo Iñigo, pobre y sin
letras, se había transformado en el moderno Ignacio, “varón docto en filosofía y
teología, caudillo y padre espiritual de aventajados jóvenes, con quienes
aspiraba a crear en la Iglesia algo grande y nuevo” (G. Villoslada).
Esta
vez el peregrino no va a pie, pero tampoco va siempre a caballo, porque el
rocín le tenía que servir para transportar el bagaje, no muy pesado pero
incómodo, de libros, papeles, escribanía, etc.
De
París hacia Guipúzcoa, Ignacio tomó seguramente la ruta tradicional de los
peregrinos que marchaban a Santiago de Compostela, el “magnum iter Sancti Iacobi” que, partiendo de la iglesia de Santiago (de la que aún queda la tour
de Saint-Jaques), seguía por Montlh´ry y Estampes hasta alcanzar el Loira en
Orleans, donde se veneraba el lignum-crucis y las reliquias de San Euberto.
Luego seguía hasta Tours. Donde Ignacio no dejaría de visitar, en la catedral
de San Martín, el sepulcro del célebre Santo al que, en el País Vasco, se le
dedicaban entonces tantas iglesias y ermitas. Luego por Montbazon, Ste.
Datherine de Fierbois y Chatellerault, llegaría a Poitiers, en cuyas iglesias
(la Catedral, Notre-Dame-la-Grande, Saint Hilaire y Ste. Radegonde) hallaría el
descanso y devoción, venerando sobre todo las reliquias de San Hilario.
En
Saintes se postraría ante el relicario de San Eutropio, y en Burdeos visitaría
la cripta de San Severino, en lugar de ir a ver –como hacían la mayoría de los
peregrinos de Santiago- el cuerno con el que el legendario Rolando había
exalado su último aliento. Ignacio siguió su camino atravesando las Landas. En
Dax continuaría hacia el Sur, abandonando el camino compostelano que se
desviaba hacia Ostabat y Roncesvalles. Por Bayona entró en terreno conocido,
tomando uno de los caminos realas que entraban en España.
El
delta del Bidasoa era en aquel entonces mucho más ancho que el actual. ¿Por
dónde lo vadeó? Lo más probable es que lo hiciera por Behobia. Aquellas márgenes
del Bidasoa, mucho antes de que se hiciera la famosa isla de los Faisanes por
el matrimonio de Luis XIV con la princesa María Teresa de Austria, habían
quedado ya esclarecidas en la imaginación de las gentes por el tránsito de
suntuosas comitivas de príncipes y peregrinos ilustres, por la célebre
entrevista de Luis XI de Francia con Enrique IV de Castilla en 1463 y por el
canje de Francisco I con sus hijos en 1526. Más probablemente, en aquellas
zonas pantanosas Iñigo se acordaría de que en la próxima fortaleza de
Fuenterrabía los dos hermanos mayores de su compañero Francisco Javier habían
defendido en 1524 las últimas esperanzas de Reino de Navarra.
Puente entre Usurbil y San
Esteban de Urdayaga, por donde pasó Iñigo al regresar de París en 1535.
“Y llegando a la Provincia dejó el camino común y tomó
el del monte, que era más solitario; por el cual caminando un poco, encontró
dos hombres armados que venían a su encuentro (y tiene aquel camino alguna mala
fama por los asesinos), los cuales, después de haberle adelantado un poco,
volvieron atrás, siguiéndole con mucha prisa, y tuvo un poco de miedo. Con
todo, habló con ellos, y supo que eran criados de su hermano, el cual los
mandaba para buscarle. Porque, según parece, de Bayona de Francia, donde el
peregrino fue reconocido, había tenido noticia de su venida; y así ellos
anduvieron delante, y el siguió por el mismo camino. Y un poco antes de llegar
a la tierra, encontró a los susodichos que le salían al encuentro, los cuales
le hicieron muchas instancias para conducirlo a casa del hermano, pero no le
pudieron forzar…”.
Es
probable que el dato aportado sobre Bayona esté algo confundido por el P.
Cámara (redactor de la Autobiografía) y haya que encuadrarlo en la narración de
modo ligeramente distinto, como lo hacen los testigos del proceso de Azpeitia.
Veamos.
ERMITA DE SAN JUAN DE ITURRIOZ.
Manantial de aguas
curativas, según antiguas creencias, y que el Cristianismo consagró a San Juan
Bautista. Muy probablemente, Iñigo visitó y oró en el retiro de esta ermita
cuando regresaba, como un desconocido, a su tierra vasca en Abril de 1535.
De
Behobia a Usurbil, Iñigo pudo tomar, al comienzo, el camino real que pasaba por
Andrearriaga y Oyarzun; o quizá, dejando enseguida el camino real. Pasara (como
parece preferir Fausto Arocena) por Jaizubía, Gaintxurizqueta, Galtzaraborda,
Pelegriñene (emplazamiento específico romero), Ametzagaña y Concorrenea,
alcanzando luego el vado de Santiago en San Sebastián, sin entrar en la villa;
luego, por el Antiguo e Igara, subiría hacia Kalezar de Usúrbil.
En
Usúrbil atravesó el puente del Oria, vado famoso en los fastos medievales. ¿Se
detendría a hacer una visita en la ermita de San Esteban de Urdayaga? Allí
ciertamente “dejó el camino común y tomó el camino del monte” (Anda-tza); por
el portillo de Bulano y Andazarrate. Llegó un atardecer a la venta de Iturrioz
y pidió albergue para pasar la noche.
VENTA ITURRIOZ.Aún
guarda su antiguo sabor, con el amplio pórtico, seguido del zaguán, y la enorme
cocina, ya modificada. En esta misma casona de fachada cuarteada por las vigas
de madera y graves cruces de cal pintadas, se conserva aún la habitación en la
que, según la tradición, se hospedó Ignacio de Loyola, en su marcha solitaria
de París a Azpeitia.
De la
venta de Iturrioz, Ignacio partió aquella mañana hacia el paso de Komisolatza
para alcanzar la venta de Etumeta.
Actualmente
la venta presenta al caminante un rústico bar, con mostrador de madera. Al otro
lado del tabique todavía quedan restos do los que fue la antigua cocina.
Cuentan los ancianos que, antiguamente, era el hogar central. Es posible, que
junto a ese lar desaparecido, en aquella mañana de Abril se sentara a descansar
aquel caminante que venía de París.
De su paso por Iturrioz tenemos varios testimonios explícitos en el proceso de Beatificación de Azpeitia; entre ellos destaca el de una sobrina de Ignacio, Potenciana de Loyola, hija de Pedro López de Loyola, la cual ejercía en la parroquia de Azpeitia el oficio de freira o serora. Dice así en su declaración:
“Se acuerda (esta testigo) haber oído decir que un Juan de Eguibar, bastecedor de las carnicerías de la villa, yendo para el paso de Bohobia, que es en la raya entre llegó una noche en la venta de Iturrioz, que es en un desierto a dos leguas de esta villa donde quedo aquella noche, y que en la dicha venta la huéspeda de ella dijo al dicho Juan de Eguibar cómo estaba en ella un hombre de esta villa, cual jamás habían visto a otro; y así el dicho Juan de Eguibar, deseoso de ver quién era, se fue con la dicha huéspeda y , por un resquicio de la puerta, vieron al dicho P. Ignacio, que estaba puesto derodillas rezando, y como en dicho Juan de Eguibar le reconoció, se volvió para esta villa y dio noticia de ello a sus hermanos y deudos, los cuales, por recelo que tenían de que se les volviera atrás, no fueron, antes enviaron a se certificar de ello a un clérigo llamado Baltasar de Garagalza, y habiendo ido el dicho D. Baltasar a dicha venta, se vió con él y procuró de traerle consigo; el cual no lo quiso hacer, antes dijo que si no fuese adelante, se volvería atrás por donde vino, y que el dicho D. Baltasar le respondió que él se iría también en su compañía, y porque el dicho P. Ignacio, como dicho tiene, no quería venir con el dicho D. Baltasar, de industria se quedó atrás y le dejó venir al dicho Ignacio adelante por unos montes y sierras desde lejos, y que el dicho P. Ignacio por las dichas sierras vino a dar a unas caserías llamadas de Errarizaga, que son en jurisdicción de Cestona, trayendo consigo un rocín pequeño, castaño, y vino a dar en el Hospital de la Magdalena…”.
Al salir
de Etumeta, Ignacio dejó el camino recto hacia Azpeitia, y se desvió hacia el
norte, en dirección hacia Santa Engracia. En el caserío Aiztin le dieron
limosna y le señalaron la ruta a Lasao por la oscura cañada de Elarritza.
AZPEITIA. HOSPITAL DE LA MAGDALENA
Aquí
llegó Ignacio “un viernes del mes de Abril, a eso de las cinco de la tarde”. Y
aquí se hospedó durante los tres meses que pasó en Azpeitia en 1535.
Estos
datos sobre el itinerario seguido por Ignacio son confirmados por otros
testigos que dan algún detalle más, y demuestran que, en la venta de Etumeta,
Ignacio se desvió del camino ordinario y directo hacia Azpeitia, y dejando a la
izquierda el monte Arauntza, descendió por la larga y sombría cañada donde se
encuentran todavía los caseríos de Elarritza. Según una tradición, se desvió
hacia le ermita de Santa Engracia (de Aizarna), y llegando al caserío Ariztain,
donde pidió limosna, le dijeron que iba perdido y debía continuar por el fondo
de la cañada. Ignacio bajó hasta las proximidades de Lasao, y de allí,
atravesando el río con su cabalgadura, pudo llegar al Hospital de la Magdalena,
sin entrar en la villa de Azpeitia.
Eran
“cerca de
las cinco de la tarde de un viernes del mes de Abril”.
10
DE
AZPEITIA A VENECIA
(1.535
-1.536)
Ignacio enseñando el Catecismo a los niños, en la ermita de la Magdalena. Mosaico de la misma ermiya (Azpeitia).
Iñigo
rehusó tajantemente el hospedarse en la Casa-Torre de los Loyola. Durante tres
meses vivió mendigando de puerta en puerta, repartiendo las limosnas que le
daban entre los pobres del hospital, practicando severas penitencias,
edificando con sus conversaciones a cuantos acudían a visitarle, enseñando
diariamente el catecismo a los niños, y predicando a cuantoste mayor en la ermita
de Santa Magdalena. Fue muy notable el fruto espiritual que consiguió,
especialmente en un sermón en la ermita de Elosiaga el 3 de Mayo de 1535.
Ignacio enseñó el Catecismo y
predicó a quien quiso oírle. Su sobrina Potenciana de Loyola, que era freira de
esta ermita atestigua que “delante de la iglesia de la Magdalena de la dicha
villa, donde solía predicar, con haber mucho sitio, se ocupaba de gente, y
muchos subían por las paredes y árboles por le oír”.
LOIOLA CASERÍO ERRECARTE.
Cuando Ignacio dejó su tierra
vasca para siempre en Julio de 1535, tenía ya en la mente lo que sería más
tarde la Compañía de Jesús.
Varios siglos después, a pocos
metros de la Casa-Torre de Loyola, en este caserío Errekarte, nacería un
seguidor de Ignacio, fiel imitador de sus heroicas virtudes: el Beato FRANCISCO
GÁRATE.
Remedió
algunos escándalos (uno de ellos en su propia familia), promovió la
beneficencia y favoreció su recta organización, y contribuyó eficazmente a que
se alcanzara un acuerdo que acabara con el pleito que enfrentaba al clero de
Azpeitia con las monjas del convento de la Concepción.
Finalmente,
repuesto de una enfermedad que le afectó unos días en Azpeitia, Iñi9go se
dispuso a llevar a cabo la segunda parte del plan que se había fijado en París:
el viaje a Venecia. Hacia el 23 de Julio de 1535, regalando al hospital el
rocín que le había traído desde París, abandonó Azpeitia para siempre. Esta vez
se dejó acompañar, al comienzo, por amigos y parientes. Su hermano Martín, el
señor de Loyola, había comprado un caballo para este viaje (curiosamente el
mismo Iñigo aparece como testigo en el protocola de venta). Al llegar al límite
de la Provincia (¿sería en Alasasua?), Iñigo bajó del caballo, y sin aceptar
provisiones, de nuevo solo y a pie, tomó el camino de Pamplona.
No
sabemos si visitó en el castillo de Javier a su titular, Miguel el primogénito,
amnistiado hacía años por Carlos V. lo que sí es cierto, es que pasó por
Obanos, donde vivía Juan de Azpilicueta, el otro hermano de San Francisco
Javier, que se había casado con la riquísima señora Juana de Arbizu. Desde
París habían llegado a aquella casa malos informes acerca de Iñigo de Loyola,
como seductor maléfico de estudiantes. Francisco de Javier habría sido una de
sus víctimas. El capitán Azpilicueta estaba irritado con tales noticias.
He
aquí que llega a su palacio Iñigo en persona, para entregar a Juan de
Azpilicueta una carta de su hermano Francisco; una carta extraordinaria, el que
entre otras cosas le decía:
“porque V. Md. A la clara
conozca cuánta merced nuestro Señor me ha hecho en haber conoscido al señor
maestre Iñigo, por esta le prometo mi fe, que en mi vida podría satisfacer lo
mucho que le debo, así por haberme favorescido muchas veces con dineros y
amigos en mis necesidades, como en haber sido él causa de que yo me apartase de
malas compañías, las cuales yo, por mi poca experiencia, no conocía… Por tanto
suplico a V. Md. Le haga recogimiento que me haría a mi persona…”.
ESCUDO DE AZPILICUETA.
Hallado en Obanos, donde el Capitán Juan de Azpilicueta residía, casado con la heredera del Señorío de Sotés.
Por Obanos pasó Ignacio en 1535, para visitar al Capitán Azpilicueta y traerle noticias de su hermano Francisco.
Desde
Obanos, donde debió de recoger algún dinero destinado a Francisco Javier,
prosiguió Iñigo su larga caminata, siguiendo la ruta de Puente la Reina,
Estella, Los Arcos y Logroño, hasta Almazán (en la provincia de Soria), fin de
la etapa.
En
Almazán entregó al padre de Diego Laínez, su compañero de París, una carta de
su hijo. También le debió de dar algunos escudos (que el mismo Iñigo había
reunido) para que Juan de Laínez los hiciera llegar a París por los
intermediarios habituales que utilizaba para sufragar los gastos de su hijo.
De
Almazán, Iñigo se dirigió a Sigüenza, probablemente portando algún encargo para
alguno de los profesores que Diego Laínez había tenido en esa universidad
castellana cuando hacía sus primeros estudios antes de trasladarse a la de
París.
Camino
de Madrid, desde Sigüenza, pasó sin duda por Alcalá de la que guardaba tantos
recuerdos. En Madrid encontró a Dña. Leonor de Mascareñas, aya del Príncipe Don
Felipe, entonces niño de ocho años. No hay otra circunstancia que explique el
que muchos años más tarde, al contemplar Felipe II un retrato de San Ignacio
que le presentaba su autor, el pintor Sánchez Coello, exclamara: “Muy bueno
está; mucho le parece. Yo conocí al P. Ignacio, y este es su rostro; aunque,
cuando yo le conocí, traía más barba”.
De
Madrid, Iñigo se dirigió a Toledo, donde visitó a la familia de Alfonso
Salmerón, el más joven de sus compañeros parisinos (que por aquellos días
cumplía sus veinte años). Después de consolar a sus cristianos padres, dándoles
buenas y elogiosas noticias de su hijo, el peregrino se dispuso a recorrer a
pie los 300 km que, por caminos desconocidos, le separaban de Valencia.
Antes
de llegar a la ciudad del Turia, cerca de Segorbe, Iñigo se desvió hacia
Altura, donde está el monasterio de los cartujos de Vall de Cristo, hoy en
ruinas (desde 1847). En ese monasterio había ingresado Juan de Castro, su amigo
de la Universidad de París, que había hecho los Ejercicios bajo su dirección, y
descubierto su propio camino, la vida contemplativa. Es difícil imaginar los
recuerdos que evocarían durante los ocho días que Iñigo pasó en la Cartuja, en
la que dejó un imborrable recuerdo. En años posteriores mantuvo relación
epistolar con el Doctor cartujo.
Teniendo
siempre como meta a Venecia, Iñigo prosiguió su peregrinación hasta Valencia.
En esta ciudad se conserva una casa donde es tradición que sirvió de albergue
al peregrino. Muchos le quisieron persuadir de su viaje a Italia por mar, a
causa del peligro que constituía la presencia del pirata Barbarroja en el
Mediterráneo occidental, pero fue inútil. Fue entre Octubre y Noviembre de 1535
cuando Iñigo realizó esta travesía en la que estuvo a punto de perecer, pero no
por causa de los piratas sino de una tremenda tempestad que rompió el timón de
la nave.
Desembarcado
finalmente en Génova, continuó su viaje, ahora por tierra, en pleno invierno, y
siempre a pie, hacia la ciudad de Bolonia, que le pareció el lugar más
apropiado para continuar sus estudios de Teología.
El
itinerario más probable es el que seguían las postas. Por Chiavari y Sestri
Levante (todavía en la costa) se adentraría hacia Varese. Luego por el paso de
Centocroci llegaría al Borgo de Val di Taro, y siguiendo el curso del río Taro,
llegaría a la vía Emilia, CERCA DE Parma. Desde allí siguiendo la vía Emilia,
el camino era fácil hasta Bolonia. En la travesía de los Apeninos no le
faltaron momentos de extremo peligro.
“Perdió el camino y empezó a andar junto a un río, el cual
estaba abajo y el camino en alto, y este camino, cuanto más andaba, se iba
haciendo más estrecho; y llegó a estrecharse tanto, que no podía seguir
adelante, ni volver atrás, de modo que empezó a andar a gatas, y así caminó un
gran trecho con gran miedo, porque cada vez que se movía creía que caía en el
río. Y esta fue la más grande fatiga y penalidad corporal que jamás tuvo; pero
al fin salió del apuro. Y queriendo entrar en Bolonia teniendo que atravesar un
puentecillo de madera, cayó abajo del puente; y así, levantándose cargado de
barro y de agua, hizo reír a muchos que se hallaron presentes. Y entrando en
Bolonia, empezó a pedir limosna, y no encontró ni siquiera un cuatrín, aunque
la recorrió toda”.
BOLONIA.
Entonces
se acordó que en Bolonia existía el Colegio de San Clemente, fundado, para
estudiantes españoles, por el Cardenal Gil de Albornoz. Se refugió allí, donde “halló conocidos que le
hicieron enjugar y comer”
(Polanco). Lo cierto es que no se alojó en dicho Colegio, sino probablemente en
alguna de las pensiones que albergaban a estudiantes españoles.
No
le probaron bien las nieblas húmedas y frías de la capital Emiliana: siete días
pasó en cama con fiebres y escalofríos, y con dolor de estómago. Por esto, ya
ligeramente restablecido, decidió trasladarse inmediatamente a Venecia. Lo hizo
a fines de 1535.
En
Venecia pasó todo el año 1536. Se encontró mejor de salud. No tuvo problemas de
alojamiento, pues “un hombre muy docto y bueno” le hospedó en su casa; ni le faltó dinero, pues sus amigos de
Barcelona le enviaron suficiente para poder dedicarse intensamente al estudio
de la Teología y a sus trabajos apostólicos. En Venecia están fechadas algunas
cartas de sapientísima dirección espiritual, y en ese ciudad dio los Ejercicios
Espirituales a personajes importantes, y a un sacerdote malagueño, Diego de
Hoces, que acabó uniéndose al grupo de primeros compañeros de Ignacio (fue el
primer fallecido de todos ellos, en 1538).
Finalmente,
Ignacio tuvo la alegría de reencontrar a sus seis compañeros de París (mas
otros tres que se habían agregado al equipo).todos ellos habían abandonado la
Universidad parisina en Noviembre de 1536. Atravesando Francia, Suiza y el
Norte de Italia, llegaron a la cita de Venecia con Ignacio de Loyola el 8 de
Enero de 1537.
Quedándose Ignacio en casa de su bienhechor, sus
compañeros se repartieron en dos hospitales, el de los Santos Juan y Pablo y el
de los Incurables. Allí se dedicaron al cuidado de los enfermos. Y así
esperaron la llegada de la Pascua, tiempo indicado para pedir en Roma el
necesario permiso para peregrinar a Jerusalén.
Interior de la Catedral de San Marcos.
11
EL ÚLTIMO VIAJE:
DE VENECIA A ROMA.
(1.538)
Detalle de la estatua de San Ignacio, tallada por Juan Martínez Montañés.
Ignacio
se quedó en Venecia mientras sus compañeros, de tres en tres, marchaban a Roma.
Fueron muy bien recibidos por el Papa Paulo III, quien les invitó a su mesa, y
les concedió la autorización que pedían para peregrinar a Tierra Santa y para
ordenarse de sacerdotes. Vueltos a Venecia, se reintegraron a sus trabajos
hospitalarios, y todos ellos, junto con Ignacio, recibieron las Órdenes
Sagradas en Junio de 1537.
El
plan de peregrinar a Jerusalén no pudo realizarse. La ruptura de la alianza
entre turcos y venecianos agravó el peligro de la navegación por aguas
mediterráneas. Ante la imposibilidad del viaje, el equipo ignaciano decidió
dispersarse, en el otoño de ese año, para trabajar apostólicamente por ciudades
próximas. En el momento de la separación decidieron apellidarse “Compañía de Jesús”: el equipo se distribuyó por las ciudades de Verona, Bassano, Treviso,
Monselice y Vicenza. A esta última ciudad se fueron Ignacio, Fabro y Laínez,
alojándose en un edificio ruinoso y abandonado (San Pietro in Vivarola). Por
entonces Ignacio tuvo que sufrir un nuevo proceso, acusado de herejía, del que
salió justificado. Para escuchar la sentencia tuvo que regresar a Venecia.
Liberado
finalmente de aquel proceso, Ignacio podía ya emprender tranquilamente su viaje
a Roma. Lo hizo a principios de Noviembre con sus dos compañeros, Fabro y
Laínez, con quienes se reunió en Vicenza. Esta iba a ser su última gran
caminata. El trayecto de mayor longitud hasta Siena por línea directa, que no
es la de los caminantes, alcanzaba más de 250 km. El segundo trayecto de Siena
a Roma, unos doscientos, siguiendo la vía Cassia por Monteroni, Acquapendente,
Bolsena, (junto al lago de su nombre), Viterino y Vetralia. Con su mochila a
cuestas, caminaban animosos, expresando en su conversación los sentimientos
espirituales que embargaban sus corazones. Fabro y Laínex celebraban misa
diariamente en cualquier iglesia del camino; Ignacio comulgaba “y todo el viaje fue visitado
de Dios de manera muy particular”.
Hasta que llegando al pueblecillo de la Storta, a unos 14 km de las puertas de
Roma, tuvo una experiencia espiritual profundísima: le parecía ver a Dios Padre
y a Jesús cargado con la cruz, y una voz que decía: “Yo os seré propicio en Roma”.
Ignacio,
con sus dos compañeros, entró en la ciudad por la puerta del Popolo un día de
Noviembre de 1538. Ya no abandonaría hasta su muerte la capital de la
Cristiandad, salvo breves desplazamientos a las afueras de Roma.
CAPILLA DE LA STORTA.
CAMINANDO HACIA Roma, junto con Fabro y Laínez,
Ignacio entró en una capilla solitaria y abandonada, distante unas pocas millas
de Roma, y “haciendo oración en ella, sintió tal mudanza en su ánimo, y vió tan
claro que Dios Padre le ponía con Cristo su Hijo, que no tendría ánimo en dudar
de esto, sino que Dios Padre le ponía con su Hijo… y oyó que el mismo Señor y
Redentor le decía: Yo os seré propicio en Roma”.
En Roma volvió a sufrir varios
procesos inquisitoriales, de los que salió siempre absuelto y justificado. En
Roma celebró su primera misa, que había demorado con la esperanza de poder celebrarla
en Belén. En Roma, en la primavera de 1539, todo el equipo ignaciano deliberó y decidió mantenerse unido para siempre, mediante un voto de obediencia que harían a uno elegido entre ellos.
Vista del Vaticano en 1540.
El 27 de Septiembre de
1540 el Papa Paulo II aprobaba solemnemente el nuevo instituto. Pocos meses
después Ignacio era elegido por voto unánime de sus compañeros Prepósito
General de la naciente Compañía.
Los 18 años que Ignacio vivió en Roma, hasta su
muerte el 31 de Julio de 1556, pertenecen a la historia de la Compañía de Jesús
y del mundo católico. Recorrió Roma en todas direcciones dando Ejercicios
Espirituales, estableciendo y fomentando instituciones de caridad y de
beneficencia social, fundando el Colegio Romano (la futura Universidad
Gregoriana) y el Colegio Germánico, enviando valiosos sujetos de la Compañía a
la Alemania luterana, a Inglaterra y a Irlanda, a España y Portugal,
colaborando con algunos de sus primeros compañeros –los doctores parisinos- en
el Concilio de Trento, enviando misioneros a la India y al Extremo Oriente (San Francisco Javier), a América y a
Etiopía, y promoviendo la fundación de centros de educación en todos los países
donde los jesuitas lograban instalarse. Y todo ello mientras escribía ese
monumento de sabiduría de organización y gobierno que son las Constituciones con las que habría de
regirse, en siglos venideros, la nueva Orden, que, a la muerte de su Fundador,
contaba con casi un millar de sujetos, residentes mayoritariamente en unos 50
Colegios, y repartidos en 11 Provincias Jesuíticas, de ocho países diferentes.
AUTÓGRAFO DE IGNACIO EN 1541.
En el día de su voto para la elección de General de la Compañía de Jesús, excluyéndose así mismo. Véase cómo firma claramente Iñigo.
INDICE
EL POBRE
PEREGRINO IÑIGO …………………………………………………………………… 1
EN EL
SOLAR DE LOYOLA (1491 – 1506) ………………………………………………… 7
PRIMERA
SALIDA: ARÉVALO (1506 – 1517) ………………………………………….. 19
DE
PAMPLONA A LOYOLA EN LITERA (1521) …………………………………………… 25
DE
LOYOLA A MONTSERRAT Y MANRESA (1522) ……………………………………. 35
PEREGRINO
A TIERRA SANTA (1523 – 1524) …………………………………………. 49
DE
BARCELONA A ALCALÁ Y SALAMANCA (1524 – 1527) ………………………. 59
DE SALAMANCA
A PARÍS (1527 -1528) …………………………………………………… 69
DE PARÍS
A AZPEITIA (1535) …………………………………………………………………… 79
DE
AZPEITIA A VENECIA (1535 – 1536) …………………………………………..…….. 93
EL
ÚLTIMO VIAJE; DE VENECIA A ROMA (1538) …………………………………… 105
BIBLIOGRAFÍA
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ARTECHE, José: Caminando. Itxaropena, Zarauz, 1947, pp. 125–136.
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FERNÁNDEZ, Luis: Los años juveniles de Iñigo de Loyola. Su formación en Castilla. Valladolid, Caja de Ahorr. Pop., 1981.
GARCÍA VILLOSLADA, R.: San Ignacio de Loyola. BAC, 1986.
IPARRAGUIRRE, I. – DALMASES, C.: Cronología de San Ignacio de Loyola. En San Ignacio de Loyola. Obras Completas. BAC, 4 ed. 1982, pp. 39–44.
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Pérez Arregui, Juan María: San Ignacio en Azpeitia. Icharopena, Zarauz, 2 ed. 1956.
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Recondo, José M.: Iñigo de Loyola en la fortaleza mayor de Pamplona. En “Prícipe de Viana”, 17 (1961), 136–437.
Un gran trabajo muy bien ilustrado
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