El clásico de los
sentidos.
Artículo escrito
por IBAI GANDIAGA PÉREZ DE ALBÉNIZ
Publicado en la
revista 7K nº 870 el 27.09.2015

Sesenta años
después, la mole pétrea de Arantzazu nos narra una historia de la época “heróica”
del arte y la arquitectura.
Para entenderla,
tendríamos que comprender no solo la situación de una Gipuzkoa represaliada
durante veinte años por el Régimen, sino ponernos en la tesitura del fin de la
época de la autocracia en el Estado español. Y es que 1950, año en el que el
concurso para la construcción de la basílica se publicó, supuso también la
entrada del Estado español en el juego de la Guerra Fría de la mano del
Gobierno de Estados Unidos.

Así, en el plazo de
pocos años, los dos estamentos de control político y social de la época –
Gobierno e Iglesia – lanzaban un mensaje claro de cambio, primero con la Casa
Sindical de Madrid, obra de Torres-Quevedo y Aburto, y segundo con la basílica
de Arantzazu, de Sáenz y Laorga.

Los arquitectos
Francisco Sáenz y Luis Laorga eran renovadores natos, cosa natural si se
entiende el estado de aquel Madrid de posguerra que tenían delante. Compañeros de
promoción, católicos devotos, recibieron en 1946 –el mismo año de su
graduación- el Premio Nacional de Arquitectura.
Laorga destacaría un
par de años más tarde en el diseño de la iglesia de Nuestra Señora del Rosario,
una pequeña capilla en una barriada de absorción de Madrid. En ese diseño ya se
adivinaban gestos que, dos años más tarde, le llevarían a presentar un diseño
totalmente alejado de la estética barroca imperante en las iglesias vascas.

Esa valentía
demostrada podría tener algo de inconsciencia teniendo en cuenta que fijaba un
presupuesto inicial de 19 millones de pesetas que la Orden no poseía. Fue precisamente
Pablo Lete quien diseñó un sistema de financiación para que las parroquias
recogieran, puerta por puerta, donativos de los feligreses, tanto en Gipuzkoa
como en Nafarroa.

Y eso a pesar de
todo, a pesar de la separación de Sáenz y Laorga como equipo profesional en
1953, hecho que retrasó el diseño de la obra; a pesar de la elección de Jorge
Oteiza como escultor, de su revocación por un poder mayor y su posterior
restitución; a pesar de las críticas que hablaban de la banalidad de tener que
volverse “moderno” porque sí; a pesar de la trágica muerte de Pablo Lete en
accidente de avión…


Antes de abandonar
el lugar, podremos bajar a la cripta decorada por Basterretxea.
Todos esos nombres
ejemplifican brillantemente cómo Arantzazu, siendo un edificio con un esquema
basilical tremendamente clásico, supuso un cambio de la arquitectura hacia una
modernidad y una apertura social.
Imágenes de Fermín A. Lopetegui Loinaz
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